Bondades del "río de arena"
La capilla de un antiguo molino guarda a 14 incas pintados
en algún momento de hace siglos. Le conocen como la capilla Sixtina. Es uno de
los atractivos turísticos que guarda Acomayo, distrito ubicado a dos horas y
algo más de la ciudad del Cusco. (*)
Escribe: José Vadillo
Vila
Fotos: Jack Ramón
Morales
Cerca, el riachuelo murmura con su voz brillante y
cristalina, como aquellos que gustaban y describía el niño "Ernesto",
el protagonista del arguediano Los ríos
profundos mientras al fondo, los campesinos trabajan la tierra, amontonan
sacos de maíz. Los acomaínos dicen que el maíz de su tierra tiene muy buena
calidad, sólo que, a diferencia de los famosos del Urubamba, las tierras no son
extensas sino pequeñas parcelas, lo que los limita para promocionarse.
El riachuelo es un afluyente del
río Apurímac y Acomayo, el nombre de este distrito, capital de la provincia del
mismo nombre, quiere decir "río de arena", en quechua. El río pasa
pegado a la avenida Escalante, la más importante y moderna del pueblo. Hasta
hace cuatro años, cuentan los acomaínos, la Escalante era sólo una trocha; toda
la vía que iba hasta la ciudad del Cusco era trocha y se demoraba seis horas,
una eternidad. Ahora sólo se necesitan un poco más de dos horas para hacer el
camino a la ciudad imperial y viceversa. Ahora, otros tiempos, y los dos buses
que llegan en todo el día (uno en la mañana y otro por la tarde) ya no levantan
la polvoreda.
Acomayo está a tres mil
trescientos metros de altura, metido en medio de los cerros verdes y a menos de
horas de la ciudad del Cusco. Tiene tres entradas. La de Checacupe, es la
principal. Por ahí, nos indican, subiendo por una sendero pegado al sonido del
riachuelo, vamos, "hasta el segundo molino", el molino de San
Cristóbal.
Los "reyes
incas" de Acomayo
Nos trae la leyenda de las pinturas de 14 incas que están
pintados en ese molino y forman esa "capilla Sixtina" de Acomayo.
Cantan el riachuelo, una vaca solitaria que pasta filosofando, algunos pájaros
en la lejanía que rompen el olor a pasto y todo ese silencio.
Tocamos la puerta de la casa
enorme de color marrón. No todo es soledad bajo sombras de estos eucaliptos:
luego de unos segundos se oyen pasos y nos recibe don Tomás Escalante Farfán.
Estira su mano con una sonrisa gentil, como si nos conociera de toda una vida.
Tiene la respiración un tanto agitada y al viejo alto y bonachón de "casi
89 años", hay que gritarle las interrogantes.
Nos conduce hacia un patio
grande. El pasto está fresco y tierno. A un costado, los restos del molino San
Cristóbal que dejó de funcionar hace casi 40 años, durante el gobierno del
general Velasco. Corrieron la misma suerte de todos los molinos particulares,
cuando todo se centralizó.
Y ahí, imponente, está la
capilla, tan antigua como el tiempo. Sobre el portón y bajo los techos a dos
aguas, están las primeras pinturas, en la pared blanca, de adobe, yeso y
estocado. Don Tomás busca las llaves de los candados y cuando abre, nos
envuelve una suerte de aire y luz antiguos que da el techo herido de esta
"capilla Sixtina", que no tiene la bóveda pintada, sino las paredes.
En las paredes de ambos aparecen
los óleos que pintó Tadeo Escalante, tatarabuelo de don Tomás. Son los 14
"reyes" incas. Cada uno lleva a sus pies, en fina letra, su nombre.
También hay un árbol de la vida, donde están reflejados el Cielo y el Infierno
católico. Cada inca debe de medir más de un metro de altura.
"Estas son las tierras de mi
abuelo, Teodoro Farfán", comenta nuestro anfitrión. Las paredes tienen
grietas, los techos parecen haber luchado sin mucha suerte a un aguacero
diluvial; el piso es tierra y la antigua capilla se usa como desván: se
amontonan bancas en desuso, cajas diversas, cachivaches. Pero ahí se mantienen
las pinturas, mirándonos desde las paredes, aunque el tiempo le esté jugando
una mala pasada y esté borrando muchas partes de los incas.
Don Tomás busca las llaves de los candados y cuando abre, nos envuelve una suerte de aire y luz antiguos que da el techo herido de esta "capilla Sixtina", que no tiene la bóveda pintada, sino las paredes.
El señor Escalante no sabe de qué
siglo son estas pinturas con exactitud. Dicen que es de la época colonial. Han
venido muchos turistas y varios investigadores a lo largo de los años, cuenta.
No le han compartido lo que han hallado sólo le dijeron que el gran escudo
pintado en una de las paredes, junto a los incas, contiene cuatro escudos,
cuatro naciones. "Los historiadores vienen más para sacar fotos no
más", dice apenado don Tomás. Para él, que no heredó el talento artístico
de su tatarabuelo, le basta y sobra saber que son un orgullo para Acomayo y
para su familia, que las hizo un antepasado, por eso las cuida.
Dice que la municipalidad se ha
hecho cargo del molino para restaurar las pinturas y convertirlo en centro de
atracción turística de Acomayo "Pero ni siquiera mandan a retejer el
techo, mire las goteras", y el anciano, a su edad, tiene que subir
"como sea" para arreglar un tanto el techo. Y así tratar que las
pinturas duren un poco más.
"Estas pinturas no se
encuentran", comenta el anciano. Hace unos 15 años, hace memoria, el Plan
Copesco del Cusco, las quería restaurar pero cuando quisieron hacerlo ya no
había pinturas y después perdieron interés". Claro, él tampoco quiere que
pase lo que sucedió al primer molino, donde hay pinturas, pero ya no son las
originales: se cayeron las paredes y borraron las pinturas, reemplazándolas con
nuevos motivos, "miniaturas", como cuenta don Tomás. Y eso no es
restauración.
Turismo, vírgenes y
barrios
El alcalde provincial de Acomayo, Herbert Luna Fernández
dice que en Acomayo se está trabajando sobre todo en el apoyo a la producción
agropecuaria; "todavía no está en un crecimiento del trabajo turístico;
recién estamos empezando". El sueño es hacerla turística y para ello están
trabajando de la mano con el Ministerio de Cultura.
En Acomayo hay cinco hoteles y en
la pampa, a 25 minutos, camino a Cusco, la provincia ha creado un hermoso
albergue, en la pampa frente a la laguna de Pomacanchi, el principal, con más
de 22 kilómetros
de extensión, de los cuatro ojos de agua que tiene la provincia. Dice que no
sólo tenemos las pinturas de Tadeo Escalante. Cerca está el cañón del río
Apurímac y ahí, el complejo Waqra Pucara; que hay baños termales en Acos, donde
también está el templo colonial de San Miguel Arcángel; que en Pomacanchi
también hay muchos puentes coloniales; que hay un templo histórico en el pueblo
de Sangarará, importante en la gesta de Tomasa Tito Condemayta y José Gabriel
Condorcanqui, Tupac Amaru II.
Acomayo está a tres mil trescientos metros de altura, metido en medio de los cerros verdes y a menos de horas de la ciudad del Cusco. Tiene tres entradas. La de Checacupe, es la principal.
El antiguo molino de San
Cristóbal tiene otra importancia: Cada 16 de julio, a la capilla llegaba el
pueblo para celebrar la misa a la virgen española, la virgen del Carmen. Desde
hace 15 años, cuando los techos empezaron a caerse, la capilla dejó de funcionar
y don Tomás, de su propio peculio, construyó una capilla moderna en el otro
patio de la casa, donde resguarda a la imagen de "la virgen
española". El patio se llena de feligreses cada año. Hay una "fiesta
chiquita", el 06 de enero, que es por la virgen de Belén y el Niño de
Praga, una fiesta de los barrios de Acomayo.
Pero la patrona de los acomaínos
es la Virgen de Inmaculada Concepción, todos los 8 de diciembre se la recuerda.
"Es una semana de fiesta, de toros", dicen los acomaínos, invitando a
volver.
Doña Aída Guarnís Ochoa de
Saavedra cuenta que el pueblo de Acomayo tiene tres barrios. De ellos,
Quirquillaqta es el más aristocrático, donde se encuentran "todas las
instituciones": colegios, municipalidad, comisarías, etcétera. Sólo pocos
de los descendientes de las familias antiguas de Acomayo, viven aquí. Vienen
sólo por las fiestas. Aparecen mayormente dos veces al año: el viernes 23, día
de la creación política de Acomayo, y donde el pueblo se llena de visitantes
por toda una semana es en diciembre, para los festejos de la Virgen Inmaculada.
Será motivo para volver.