En la piel del policía

El escribidor de este blog participó del primer taller vivencial de la PNP, Yo periodista, tú policía. Se realizó el 21 de noviembre en la Escuela de Oficiales PNP en Chorrillos y, del 22 al 24, en la Escuela Técnica Superior PNP en Mazamari, Junín.

José Vadillo Vila
Foto: cortesía de Luis Gonzáles Taipe
(Publicado en el diario El Peruano el 11 de diciembre de 2007)




El bautizo
-¡Cuerpo a tierra! -gritó "Pacolo", nuestro instructor. Y los estrenados uniformes de campaña se fueron al demonio; a besarse con el barro, las piedras y el polvo.

Nos esperaban 200 metros entre la pista de aterrizaje y la base antisubversiva de la PNP en Mazamari. La voz del instructor resonó de nuevo, "¡¿cómo está esa moral?!" La sección de 23 periodistas debía de rampear respondiendo, con voz fuerte y clara, que "¡Alta, altísima, como el sol y las estrellas. El combatiente no nace, se hace. Lo posible está hecho; lo imposible, lo haremos!".

Cuando uno rampea, y el sol cae sobre tu nuca con 30 grados centígrados, el tiempo y tus extremidades se estiran como chicles. Los primeros ays, ufs y gotas de sudor-dolor nos hicieron recordar al jefe de información que nos encomendó asistir al taller Yo periodista, tu policía, organizado por la Dirección de Operaciones Especiales de la Policía Nacional (DINOES).

Los miembros de la (adolorida) sección -que a esa hora entendimos que en el taller no servirían los galones periodísticos- llegamos a la entrada de la base policial con la lengua afuera. Ahí, tomamos unos segundos de respiro mientras lugareños y policías gozaban del espectáculo. Claro, era mejor que cualquier reality televisivo: gorditos cegatones, flaquitos amantes del cigarrillo, mujeres antiejercicios, yacíamos amontonados como sapos.

Entonces "Pacolo" ordenó entrar corriendo a la base. Con la primera bocanada de aire, nos enteramos que esa cortina gris no era producto de alguna alucinación colectiva sino gas lacrimógeno. Un bautizo "suave", para los términos policiales, pero que en el cuerpo periodístico causó sus estragos. Es parte de la tradición policial, se excusaron los organizadores. Y uno debía seguir no más. Gajes del apostolado periodístico.

Un, dos, un, dos, izquierda, derecha. La sección maltrecha formada de nuevo debía gritar, con las energías que quedaban, el lema escrito en la entrada de la antigua base de Los Sinchis: "Sólo merece vivir quien por un noble ideal está dispuesto a morir". Ahora sí se podía entrar. Bienvenidos.

Días de entrenamiento
Los hombres y mujeres de prensa permanecimos tres días en la Escuela Técnica Superior PNP, que funciona desde hace tres años en la base policial de Mazamari. Llegamos a este paraje de la selva central el jueves 22 de noviembre, en un avión Antonov que cruzó el cielo pesadamente con voz de león asmático.

Nuestras ropas y costumbres de "civiles" quedaron encerradas en las mochilas, junto a los teléfonos celulares apagados. Tendríamos que aprender el ABC de la vida del policía en zona de emergencia.

Esa sería la chamba del "Tunche", "Canela", "Thatcher" y "Pacolo", nuestros instructores de la DINOES, a quienes se unirían en Mazamari "Sombra" y "Kikín" que cada día nos hacían despertar antes que los gallos. (En operaciones especiales, por razones de seguridad, los policías sólo se conocen por chapas).

Mazamari es zona cocalera. Aquí se forman los policías que realizan operaciones especiales y se enfrentan en la espesura del monte con con los narcotraficantes y los remanentes senderistas que operan en la aledaña zona del VRAE.

Para sobrevivir en las operaciones policiales se necesita disciplina. Adivinando los insultos mentales que proferíamos exhaustos por las jornadas, "Sombra" decía casi con aires de filósofo griego que "el combatiente está hecho para el desprecio y no para el cariño", mientras recordaba que a veces los policías se internan por seis días sólo con una botella de agua, porque el enemigo contamina las aguas a propósito. Así es la guerra.

Lo que daba más aliento era ver a los 300 alumnos -hombres y mujeres- de la Escuela Técnica. Más del 10 por ciento, provienen de las comunidades nativas. Ellos cumplen desde la madrugada los entrenamientos casi sin sudar.

Aprendimos los ejercicios de formación y de marcha; que la función de los cantos sirven a la sección para olvidarse del cansancio físico y para asustar al enemigo. Aprendimos las reglas para cuidar, cargar y disparar un fusil. Al final de cada jornada, contábamos con contados minutos para bañarnos en duchas comunes -hombres y mujeres, aparte, claro está-.

Pasar rancho no es lo mismo que ir a un restaurante. Se come rápidamente y en horarios fijos. Uno carga y limpia su gamela. Otra nueva rutina fue dormir por cuatro horas y cuidando nuestro fusil alemán bajo la almohada. Aprendimos que el "camacho" -quien comparte el camarote con uno- se convierte en una suerte de hermano para el policía que vive en los cuarteles.


En el monte
Sobrevivir en la jungla no es como ir de picnic de fin de semana. Se debe andar con cuidado, comunicándose sólo con señas. El monte es un terreno regado por trampas que hacen los grupos terroristas, para infectar y destrozar los tobillos de los policías, por ejemplo.

Se debe ubicar un lugar seguro, aprender a hacer una cama rústica, valiéndose sólo del cuchillo, ramas y un plástico. También a hacer trampas para cazar animales comestibles y sobrevivir. Los mismos instructores dan a los pilotos de aviones cursos de supervivencia de una semana.

De noche, aprendimos a usar el GPS y también a ubicar coordenadas en los mapas. Ya de vuelta a la base, simulamos cruzar un río con ropa puesta, llevando equipaje y jalando a otro compañero más.

Habíamos llegado escépticos a Mazamari, desconfiando de la PNP, por la imagen de los policías corruptos y coimeros que abundan en las ciudades. Pero uno aprende a valorar a estos otros policías, hombres con salarios demasiado bajos, y que tienen por trabajo dar su vida por la patria, algo tan abstracto y lejano, y que sólo se representa con una bandera sobre la cual han jurado los votos de lealtad, a pesar de que hay ciudadanos que nunca les daremos las gracias por esa labor silenciosa.

El último día del taller llegó mezclado de alivio, satisfacción y nostalgia. A nuestra promoción, la primera de periodistas que llevan taller en la base PNP de Mazamari, la bautizamos como Virgilio Grajeda, el veterano reportero gráfico que nos acompañó y demostró su fiero espíritu de comando. Rompimos filas en Lima, y volvimos a la rutina. Aunque algunos colegas aún tienen pesadillas: se despiertan de madrugada y cogen un fusil imaginario disparando a la pereza.

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