Aquí se habla quechua

Foto: César Campos / Agencia Andina.

Escribe: José Vadillo Vila

“Allin Hamusqa Kapaychik!”, se lee a modo de bienvenida en el letrero amarillo del consultorio externo número 1 del hospital Loayza. Es el Consultorio de la Inclusión, que ha tomado importancia en los últimos meses. “En este consultorio damos atención humanizada al paciente”, dice el médico Eduardo Bautista Cadenillas (66).

De lunes a sábado, a las ocho de la mañana, Bautista empieza con la atención al público. En Chota, donde nació, no hablaba quechua; lo aprendió cuando estudiaba medicina en la San Fernando. Nunca pensó que el runasimi se convertiría en una herramienta fundamental para su labor médica.

ATENCIÓN AFECTUOSA
En el Consultorio de la Inclusión, el médico internista recibe a los pacientes tratándoles con cariño, “mamay” (mamita), “papay” (papito). Junto a él está la técnica enfermera Mercedes Valenzuela (38). Escuchan atentamente a los pacientes y durante el chequeo casi siempre aflora la palabra “nanama” (dolor) asociada a “wixa” (barriga), “soncco” (corazón), “uma” (cabeza). El galeno pide “samay” (respira), y así empieza a examinar y saca sus diagnósticos sobre los pacientes.

El buen trato a los pacientes en sus lenguas nativas es la base para vencer sus temores y así poder dejarse examinarlos mejor. Bautista y Valenzuela deben batallar, primero, con los distintos regionalismos del quechua. Luego, vencer las idiosincracias, ya que muchos pacientes quechuahablantes llegan al médico tras probar con la automedicación y las yerbas, con los curanderos, con los hueseros. La mayoría son adultos mayores, llegan sin compañía, y es común que se les diagnostique casos de artrosis, prolapsos, diabetes, gastritis, cálculos en la vesícula o prostatitis, entre otros. Sobre la filosofía de esta atención dice Bautista: “Tratamos de darles el tratamiento más certero posible y que no gasten mucho dinero.”

La técnica Valenzuela labora en Lima hace un año y está también muy comprometida con este proyecto de atención inclusiva. Una vez, la historia de una paciente que llegó desde Huancavelica y no tenía dónde quedarse la conmovió, al punto de alojarla en su casa. Lo que más la reconforta es la palabra “gracias” que dan estas personas cuando son atendidas, les dan medicinas o las derivan donde los especialistas indicados. Y no los tratan como peruanos de segunda categoría.

La directora general del Hospital Nacional Arzobispo Loayza, Zarela Solís Vásquez, cuenta que un día supervisaba con los directores la atención cuando vio a una campesina llorando junto a su hijo. Ella no entendía por qué, una persona se le acercó y le tradujo lo que decía en quechua: venía desde Ayacucho y quería que extirpen el tumor que tenía su hijo. A raíz de esa experiencia nació la iniciativa del Consultorio de la Inclusión. “Para las personas que vienen de un medio rural, Lima es bastante hostil y sigue siendo hostil dentro de los hospitales. Creemos que eso no debe ser”, dice la doctora Solís.

Para el médico Bautista, la inclusión social es un concepto ligado íntimamente al concepto de medicina humana. “La gente tiene grados más o menos de ignorancia, de pobreza, de civilización, pero todos son seres humanos, no burros, vicuñas ni alpacas”, se indigna el médico.

Foto: César Campos / Agencia Andina.

NO A LA DISCRIMINZACIÓN
Bautista ha escuchado a muchos pacientes que tienen miedo de sus colegas porque los han discriminado por no saber hablar bien el castellano o por sus ropas humildes. Cuando le detectan el problema, a veces el mismo médico o la técnica llevan al paciente donde el especialista que requiere, de emergencias o a que le practiquen una operación. Los pacientes no lo pueden creer.

Inclusive han atendido a personas de etnias amazónicas o que hablan aimara. Se las han ingeniado para atenderlos mediante señas. “Hay que usar la cabeza”, dice Bautista, quien subraya orgulloso que esta es una experiencia única, “made in Loayza”.

El número de pacientes de este consultorio ha ido en aumento porque la gente de todo el país se ha pasado la voz que aquí se atiende, con cariño y respeto, en quechua. La doctora Solís dice que ya tienen una profesora de quechua porque quieren que más médicos sepan el runasimi y el nivel de satisfacción de los pacientes de provincias siga mejorando.

UN SERVICIO A IMITAR
Para la directora general del hospital Loayza, Zarela Solís, el Consultorio de la Inclusión es una experiencia que deberían reproducir los hospitales limeños del Ministerio de Salud que reciben los casos más complicados del país. “Sería un servicio necesario y útil en beneficio de los peruanos que se desplazan porque no encuentran las respuestas médicas en los lugares donde viven”. Solís dice que el Loayza está llano a compartir su experiencia con otros nosocomios. Como un buen porcentaje de estos pacientes llega a Lima sin contar con hogares dónde instalarse, el proyecto del nuevo hospital Loayza contempla un pabellón donde se les alojaría el tiempo que dure su atención, que trata siempre de ser el menor posible, para no afectar sus precarias economías.



ATENCIÓN
Todo paciente nuevo pasa por triaje. Paga 9 nuevos soles o muestra su hoja de referencia como beneficiario del Seguro Integral de Salud (SIS).

El servicio social del nosocomio se encarga de verificar, interconectado con Reniec, si la persona viene de provincias como dice. Una asistenta social acompaña a los pacientes en todos sus procesos. 

Va a interconsulta o es derivado directamente al Consultorio de la Inclusión.

Se busca acortar los procesos –de días o semanas en Lima– en análisis, exámenes, radiografías, ecografías, incluso operaciones, para no alargar su estadía y que vuelvan a sus lugares de origen.

Atiende de lunes a sábado, de 8:00 a 11:00 horas.

CIFRAS Y DATOS
2,585 personas ha atendido el Consultorio de la Inclusión del hospital Loayza desde que se inauguró en enero de 2012.

200 pacientes recibe mensualmente (sumó 1,013 atenciones entre enero y setiembre de este año).
  
En 2011, en el nosocomio limeño se colocó un marcapaso bicameral al curaca Antonio Sueyo, de la étnica harakmbut, quien vivió 50 años como no contactado.  Un médico, dos técnicas y una enfermera es el personal actual de este servicio. 


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