Foto: Marco del Río / agencia Andina. 

ESTRIDENCIAS Y BELLAS

(1)
En algún momento –sesentas, setentas, ochentas– la estridencia llegó a su apoteosis y se volvió parte de la cultura popular. Tal vez Woodstock creo ese efecto, con sus conciertos improvisados para grandes audiencias; tal vez es más anterior y sean los Beatles tocando en esos conciertos en EE UU, donde nadie escuchaba nada, sólo gritos y bulla. Hoy la estridencia tiene vida plena y se oferta como una forma (necesaria) de la vida moderna.

Los woofer, ese superávit de los parlantes bajos, han llevado esa distorsión al día a día de las casas, de los automóviles, espacios donde pasamos muchas horas-hombres. El bum, bum, de los bajos eléctricos, de las baterías, se ha hecho una necesidad de expresión. Más potencia de bajos ergo mejor sonido.

Los audífonos me han vuelto sordo. No soy el único de la especie. Millones de personas más jóvenes que yo perderán la audición  en forma paulatina. Yo he tratado de limitar el uso de los audífonos a las necesidades del oficio que me alimenta cada día, para otros los audífonos son una pose, una necesidad de expresión, una forma de ser “in”, de formar parte de esta colectividad viva.

Los micrófonos tienen mayor capacidad, captan mejor cada detalle. Prefieron la dulzura de las consolas y grabaciones análogas. Me irrita ese mundo digital, donde los picos agudos de las grabaciones sobresalen como la chaveta que te muestra un pandillero. Los parlantes, cada vez más compactos y más bullangueros, son una suerte de vitrina para ello: Sus errores no los opacan, mas bien los multiplican. Otra forma de estridencia.

(2)
Me he sentado en el Jockey Club del Perú a espectar la pasarela que inauguró el Perú Moda 2013. Es mi segunda vez que me siento a ver un desfile de modas (el anterior fue en el Abtao Fashion, donde un submarino anclado sirve de “escenario de fondo”).

Volvamos. La estridencia, muchas veces, me hizo olvidar donde estaba: en un supuesto templo a la belleza y la delgadez.

Es interesante, la estridencia asomaba con su rostro de música electrónica o alternativa. Siempre ágil, apurada; siempre en inglés. Parece una necesidad para esos cuerpos que se mueven en la pasarela mirando la nada.

En la mayoría de las veces miran la nada con indiferencia o rabia. Quieren ser cuerpos desenfadados. Algunas lo logran. No sé si sea un prerequisito, pero todas se mueven igual, andan igual, tratan de mirar igual.

Esos cuerpos se creen parte de una raza superior. Algunos los llaman maniquíes andantes. Algunos tendrán razón, para otros, será lo más fashion pertenecer a esa raza supuestamente superior. Y encima de ellas, el sonido a lo bestia, el sonido estridente, puesto al máximo, como si bajarle un par de puntos en la consola general sea un pecado o les quite el ritmo a las beldades de cuerpos ligeros.

Nadie parece darse cuenta de la estridencia: menos el público especializado, se menean con esa bulla. Yo pensaba distinto, que aquí lo interesante era ver el movimiento de las beldades. Me equivoqué. Era ver la estridencia conduciendo sus delgados cuerpos.  

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