Del Rímac sus shipibos

Mujeres en faldas pampanillas, llevando sus artesanías salen desde el corazón de la Lima tradicional, el llamado Cantagallo. Ellos, los Ashirel, la comunidad shipiba-koniba cumple 12 años de presencia en la capital. (Publicado en el semanario Variedades del diario El Peruano el 31 de octubre de 2011).

Escribe: José Vadillo Vila

Foto: Jack Ramón.


Cuando Lima era una aldea en formación, las tropas de Manco Inca sitiaron a los españoles desde el cerro San Cristóbal. Lo dice la historia. Hoy, a casi quinientos años, 350 familias del pueblo shipibo-konibo, que llegaron desde el alto, medio y bajo Ucayali, han creado un pueblito frente al San Cristóbal. Otros lo conocen como el asentamiento humano Cantagallo.

"Los shipibos indígenas vamos a conquistar Lima, justo frente donde perdió Manco Inca", me dice Wilson Valles Valles, nuevo presidente de Ashirel, la Asociación de Artesanos Shipibos Residentes en Lima.

La mayoría de los "hermanos" shipibos son artesanos, artistas. Wilson, por ejemplo, además de haber estudiado para profesor bilingüe, es cantante de Los Konish, el grupo que desde hace un quinquenio canta en su lengua madre cumbias dedicadas a la nostalgia y a la nueva realidad que les toca vivir en la capital.

Desde el 2000, la etnia shipiba ocupa un área de casi 20 mil metros cuadrados a la altura del kilómetro 5 de la Vía de Evitamiento, entre el Setame de la municipalidad de Lima y el centro ferial Cantagallo, frente al Mercado de Flores de Piedra Liza una zona que pertenece al distrito del Rímac.

Wilson fue de la segunda oleada de los que llegaron a Cantagallo. De los que llegaron desde Huaycán y tuvieron que acostarse entre costales para guarecerse del frío. Primero fueron siete familias, que llegaron invitados para un proyecto de feria de la costa, sierra y selva. Luego 14, 70 y así. Todos desde la región Ucayali. Participaron en la Marcha de los Cuatro Suyos, y formaron su primera asociación, Aidap (Asociación Interétnica de Artesanos de Desarrollo de la Amazonía Peruana). Luego decidieron cambiar la denominación por Ashirel.


Estamos en el corazón de Lima, justamente en medio de los barrios donde se originó el vals y el criollismo, Barrios Altos y el Rímac y aquí la lengua madre es el shipibo.

Valles dice que siguen llegando hermanos shipibos, pero Cantagallo ya está al tope. No hay espacio. El crecimiento de la migración de la comunidad shipiba, explica Demer Ramírez Nunta, se agravó porque los miembros de este pueblo originario no encontraban el apoyo de las autoridades de Ucayali. Demer también estudia para músico y trabaja con el grupo La Sarita.

"Para que nuestra identidad no se pierda -explica- hacemos el "mashá", cantamos nuestros cánticos y nuestros bombos". Y siempre viajan a Ucayali para traer las semillas pashacas, tingadas, huayruros y ojos de vaca que utilizan en sus artesanías tradicionales. Algunos se quedan algunos meses visitando a la familia o para "hacer la chacra".

"Shipibonin jointi", "El corazón de shipibo", se lee en uno de los murales que desde este año alegran la pared que colindan con el Setame. Cada mural tiene un mensaje. Una simboliza a los shipibos conquistando el cerro San Cristóbal; otra, a una mujer tejiendo la esperanza; una tercera explica cómo el poder shamánico deshace a los corruptos que están en Lima.

Valles comenta que hoy los jóvenes shipibos se sienten contentos: la actual administración municipal de Lima es de puertas abiertas, a algunos les ha dado trabajo en el servicio de áreas verdes. Este mes los visitaron de la Gerencia de Servicio a la Ciudad y les dijeron que se ha reprogramado el gran proyecto Río Verde y los shipibos están incluidos en él. Alrededor de ellos se sembrarán árboles y se creará un parque cultural.

Dice su dirigente que su siguiente paso es la formalización de su terreno para estas 350 familias, también está en pendiente los accesos a los servicios de agua, desagüe, electricidad y salud. También quieren tramitar permisos para que cada fin de semana el parquecito que tienen frente a ellos, se convierta en un "parque indígena", donde puedan ofrecer sus productos gastronómicos y artesanales de su región, para que, finalmente, las mujeres no tengan que caminar todo el día ofreciendo sus artesanías y muchas veces volver con los bolsillos vacíos. "Sería un parque indígena donde estén presentes todas las etnias de la amazonía, huambisas, shipibos, asháninkas, awajun, de todo", sueña en voz alta Wilson.

"Para que nuestra identidad no se pierda -explica- hacemos el "mashá", cantamos nuestros cánticos y nuestros bombos". Y siempre viajan a Ucayali para traer las semillas pashacas, tingadas, huayruros y ojos de vaca que utilizan en sus artesanías tradicionales.
Estamos en la parte alta de la comunidad. La casa de Wilson es humilde. De esteras y triplay. Como casi todas de Cantagallo. Cada quien arma su casa como puede. Ha improvisado una suerte de oficina con un viejo escritorio porque Ashirel no tiene recursos económicos para una oficina. En el local comunal están amontonados los materiales que les trajo el famoso padre Martín que nunca les sirvió para nada. Ahora la asociación ha dado el local a una iglesia evangélica para que haga sus cultos.

"Los shipibos somos los más organizados de las comunidades indígenas; y somos los menos liosos, no como otras etnias que son bien bravos", explica Wilson. De la casa de uno de sus vecinos salen unos altavoces con los que anuncian los eventos, las noticias que interesan a todos.

Estamos en el corazón de Lima, justamente en medio de los barrios donde se originó el vals y el criollismo, Barrios Altos y el Rímac y aquí la lengua madre es el shipibo. En muchas de las casas hay antenas rojas que habla que la televisión por cable se ha vuelto una necesidad.

Hay un par de restaurantes típicos de la selva, con sus mesitas de madera y mantel de plástico, olor a cecina, juanes, tacachos; también hay gente de otros lados, un bar que quieren erradicar, una bodega que administra una cusqueña que ya parece una shipiba más.

Abajo, a un costado, hay comunicación con el centro ferial Cantagallo, donde viven muchos comerciantes dedicados a confeccionar maletas. Se tiene que cruzar eso e ir al otro lado, para conversar con las 20 familias disidentes que viven pegadas al lado del río Rímac, en la parte más vulnerable. Es que la municipalidad les ha pedido a los shipibos que se deben unir en una sola organización, que es lo mejor para el diálogo. Ahí, en esa parte, también funciona la escuelita a cargo de dos profesores bilingües, que imparten educación a muchos de los 280 niños que tiene esta comunidad.

Gracias a la creación de su comité de participación ciudadana, han podido erradicar el año pasado las casuchas de los fumones que, aprovechando la bajada del río, venían desde el otro lado, y en eso la policía los ha apoyado.
Wilson dice que distintas instituciones públicas y oenegés llegan a hacer campañas; que han sido reconocidos en el Censo. La licenciada Esther Pezo, docente de la Facultad de Trabajo Social de la universidad Garcilaso, viene con sus alumnas. Explica que el asentamiento humano Cantagallo, es de alto riesgo por la falta de servicios. Por el nivel cultural y educativo de su población. Si bien ellos están pidiendo su propio centro de salud, es ilógico que hasta ahora no acudan al de Piedra Liza, que está muy cerca. Ellos, sostiene Pezo, se siguen curando sólo en base a las hierbas que les recetan sus curanderos, inclusive los partos los atienden parteras del lugar.
Wilson y Demer afirman que lo único que esperan es que autoridades y limeños, los acepten como otros peruanos más que viven en la capital. No es pedir mucho.

APUNTE:
Por su aniversario, la asociación Ashirel realizó el festival cultural Todas las sangres, del 20 al 23 de octubre.

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