Un festival distinto
ESCRIBE: José Vadillo Vila
1. Fue una escena casi poética. Es de noche, horario estelar en la caja boba, y cinco mil personas apiñadas en una canchita de fútbol disfrutan de la magia circense de La Tarumba. En eso, uno de los acróbatas recibe un golpe accidental, pierde el conocimiento y cae. Los 10 mil ojos, con el alma en vilo hacen silencio respetuoso mientras los artistas socorren al compañero caído, llegan los paramédicos del Minsa, hay suspenso y corren algunas lágrimas en el auditorio, pasan los segundos lentos como en examen de admisión, y finalmente el acróbata reacciona. Se para y continúa el show. El público vuelve en vida, se pone de pie y aplaude el profesionalismo. Fue como si el vallejiano poema "Masa" se hubiera corporizado: Entonces, todos los hombres de la tierra / le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;/ incorporose lentamente,/ abrazó al primer hombre; echóse a andar.
El hecho sucedió la semana pasada en una de las diez jornadas que tiene el Festival Internacional de Calles Abiertas, Fiteca 2011. No en un teatro tradicional sino en el parque Tahuantinsuyo, en la cuadra 26 de la avenida Puno, en el cerro La Balanza, en el distrito de Comas. En un barrio con mala fama y problemas de pandillas y drogas.
Para Marcos Esqueche, del Teatro del Ritmo, uno de los tres grupos comeños que hace una década fundaron el hoy famoso festival, "el hecho expresó los cambios que ha logrado el Fiteca: El primer año nos gritaban de todo y los niños corrían detrás del escenario, pero ahora no. Ahora el que quiere ver un espectáculo teatral viene y se sienta ordenadamente; y el que no quiere, se queda en casa". Lo que significa que tenemos "una transformación espiritual de esta población".
Otra fundadora, Janet Gutarra, del grupo Luna Sol, explica que con una década a las espaldas, el Fiteca ha afinado su visión. "Lo que empezó como una experiencia artística alternativa ahora involucra a artistas con nuestra comunidad. Somos vecinos de los barrios y nos interesa mejorarlos. Hemos incrementado los semilleros para que el festival se convierta en una tradición y continúe", explica.
La frase que motiva al Fiteca de cada año para seguir trayendo más grupos y llevando mucha alegría a más público es: "Juntemos nuestras experiencias, ordenemos nuestras ideas, que nos impulse el amor, construyamos imaginario".
2. La idea del semillero no sólo es para niños, sino también para los adultos. Fidel Castro ha movilizado a la gente de la calle John Kennedy, y en su casa los artistas se cambian. Afuera dos parlantes de pollada sueltan festejos y zamacuecas mientras el público de niños, con globos en las manos, y madres, sobre todo, esperan ansiosos sentados en la gradería de cinco pisos. Una tela negra corta la calle creando la ilusión del teatro. Y los artistas, hombres y mujeres de una y otra parte del mundo, han salido a perifonear con alegres narices de clauns, lo que será su actuación. En el barrio de San Ramón, Manuel Arzola, padre de familia y pelotero de fines de semana, también hizo lo propio. Como ellos son 10, este año, los "padrinos" de los "descentralizados" chiquitos del Fiteca, por la variada geografía de calles inclinadas de La Balanza. Se encargan de organizar a sus vecinos para armar y desarmar las graderías prestadas, preparar su "cariño", tal vez canchita o refrescos para los asistentes y artistas.
3. Jorge Rodríguez, la cabeza más visible de la comunidad Fiteca y director del grupo teatral La Gran Marcha de los Muñecones, explica que los vecinos ya comprenden que gracias a las actividades artísticas se pueden lograr cambios y que es bueno para su desarrollo. Y en las calles de Comas, por estas fechas, es común ver a artistas extranjeros y de otras ciudades del país, por los mercados, en las casas de los vecinos, alistando sus funciones.
Son tres líneas del Fiteca. La primera, que los artistas de barrio sean autogestionarios: ofreciendo su producción artística a las empresas para recibir una retribución económica a cambio. Además, como una escuela de arte, comparten la experiencia con niños y jóvenes de la comunidad. Y lo tercero: los artistas sugieren propuestas a los vecinos. Un plus, es que para la comunidad Fiteca -este año con más de 60 voluntarios, incluidos jóvenes de Argentina, Chile y Canadá, además de grupos teatrales-, es ver que las autoridades locales o nacionales no deben de colaborar con estas propuestas sino hacerlo cumpliendo sus deberes para lograr el desarrollo humano de sus pueblos.
Pero el gran sueño que tienen todos es que el Fiteca excede a organizar un festival teatral anual, y apuntan a convertirse en un barrio cultural modelo para América Latina, como una forma de resolver problemas de drogas, delincuencia, desorganización, falta de valores, identidad. Y todo desde el arte. La gran diferencia con otras propuestas de barrios culturales que se ha dado en Colombia o Brasil, es que suman a la población en la organización.
El proyecto integral que desarrollan en La Balanza proyecta la creación de un Paseo de la Cultura Fiteca (al cual sólo le falta la aprobación del alcalde), que abarcará las ocho cuadras de la avenida Puno cercanas al parque Tahuantinsuyo, para el cual arquitectos de la universidad Politécnica de Madrid y peruanos desarrollan un proyecto. Los españoles están casi seguros que se podrá financiar parte del proyecto.
El pedagogo del teatro nacional Ernesto Ráez Mendiola se dio una vuelta
por acá y sorprendido les dijo que hay varias experiencias de teatro-grupo -como los Yuyachkani-, mas nunca se había planteado el teatro, grupo y comunidad como uno solo. Es una cosa nueva...
4. Cada primera semana de mayo, Marcos Esqueche resuena desde el parque Tahuantinsuyo, en la panza del cerro La Balanza, desde donde, por las noches, Lima se ve menos horrible. Él se encarga calentar al público antes de los espectáculos del Fiteca, acá en la canchita "El Cupa".
"Creo que al Fiteca le falta ganar un espacio formal en el calendario nacional de actividades, no por ser un festival teatral sino por las características que tiene como ejemplo gestión comunitaria logrando un impacto cultural internacional al mínimo costo. No existe un referente de un festival comunitario en América Latina que haya reunido 200 mil personas", recuerda Esqueche, el mayor de los tres organizadores y figura emblemática por estos lares: a los 12 años fundó su primer grupo teatral en Comas, y desde 1978, mocoso aún, empezó a recorrer las calles de Latinoamérica llevando teatro.
Mientras el artista occidental común promedio vive más encerrado en su ego y su mundo, aquí se ve el teatro como un hecho comunitario, donde se unen población y artistas para el desarrollo humano. Es otra mirada en las políticas culturales en América Latina. Pero Gutarra, Rodríguez y Esqueche son sólo artistas y dejan a otros que decodifiquen lo que han hecho.
5. Este año el Fiteca se ha abierto y hoy y mañana ofrecerá espectáculos en otras zonas de Comas, como Collique y El Carmen. El festival ya tuvo réplicas en Villa El Salvador y hay grupos de San Juan de Lurigancho que quieren hacerlo. Además grupos que llegaron de fuera, se enamoraron del festival y replicaron el Fiteca en Colombia, cerca de Bogotá, y en Ecuador, en Santo Domingo de los Colorados. El primero no funcionó y el segundo, camina.
Para los tres cabezas del Fiteca, las réplicas se pueden hacer siempre que se tenga claro la filosofía del planteamiento, transmitiendo la mística, dejando que el contexto también inspire. Ya que el común denominador es la comunidad.
"Es una cosa sencilla: Lo único que estamos haciendo es hacerlo armónico entre lo que decimos, hacemos y sentimos. Nada más. En cambio en la política se da una incoherencia una y otra cosa. Trabajamos como una organización democrática horizontal, que busca promover los valores y la paz", explica Jorge Rodríguez.
Para Marcos Esqueche, "el día que nos convirtamos en un festival completamente autofinanciado, perderemos la mística" y apuesta que se sumen más "auspiciantes humanos", que "auspiciantes de dinero". Janet Gutarra dice que quisieran sacar libros, documentales sobre esta primera década, pero no hay fondos. Es conciente que de artistas se transformaron en gestores culturales, pero les falta herramientas. Se presentaron dos veces a las Ayudas Iberescena, pero tal vez, creen, por ser un proyecto comunitario no encajó con el perfil y perdieron. Y para Jorge Rodríguez lo ideal sería que las autoridades asuman la logística y dejen al Fiteca la organización de lo artístico con los grupos de afuera y de todo el Perú y el trabajo con los vecinos convertidos ahora en promotores del desarrollo cultural.