¡Rock de apus!
Escribe: José Vadillo Vila
Fotos: Juan Carlos Guzmán
“Bienaventurados los de buen oído porque de ellos será el
reino de la música”, pontificó Fredy Ortiz, desgarbado como un Mick Jagger
local y andino; con voz aguda que hablaba de apus, el viento, zorrinos y
bonitas chicas, entre otros tópicos.
Era de noche y era jueves 9 de abril; colgada del cielo
limeño, una Luna en cuarto menguante, cuando en el escenario del Gran Teatro
Nacional, de San Borja, se mezclaron la guitarra “blusera” de Marcos Maizel con
la voz de Ortiz, un policía retirado que es la primera voz de Uchpa, el grupo
cuyo nombre significa “Ceniza” en quechua, el idioma que usan como vehículo
para este rock y blues mestizo.
Bajo su mitra de danzante de tijeras, cintas multicolores y
jeans desvencijados, Fredy entretejía los caminos entre el “Perú profundo” y
“occidente” solo amparado en su voz, nacida en Ocobamba, una esquina musical de
Andahuaylas.
El septeto –dos guitarristas, un bajo, un batero, dos
tocadores de waqrapucros; a veces acompañados por un quenista, un violinista y
un arpista– repasó los éxitos que ha colgado en el imaginario popular sin sonar
en la FM capitalina, en estos poco más de 24 años de carrera.
Una presencia que recorrió el escenario era la de José María
Arguedas. Ortiz recitó uno de los párrafos más célebres del escritor apurimeño:
“Yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz, habla en
cristiano y en indio, en español y en quechua”. Entremezcló carnaval, blues,
rock, huaino y huaylía; canciones tradicionales de la sierra sur con la música
del sur del Misisipi, ‘Corazón contento’, ‘Por las puras’, ‘Chachaschay’, ‘Kusi
Kusun’, ‘Allinchacusaq’, en un ropaje de amplificadores, distorsionadores, no
perdían su esencia andina. ¿Cómo se mide el éxito? Que el público aplauda y
coree sin comprender el quechua.
De pronto, una estera se posó en el escenario y se plantó
una bandera como un desafío. Protegido en un poncho, emergió el poblador más
célebre del pueblo joven La Sarita, Julio Pérez, cantando ‘El techadito’.
Así empezó su espectáculo La Sarita, que prefirió que el
viaje musical fuera del pasado hacia el presente. Recorrió los éxitos desde su
primer álbum, Más poder, pasando por Danza la raza y Mamita Simona, hasta su
más reciente trabajo, Identidad (2012).
El combo demostró su evolución musical desde 1997 a la
fecha. De cómo el mensaje cambió “de protesta a un espacio de reflexión”; en lo
musical, de hurgar en lo andino (‘Dansaq no se cansa’ o ‘Tierra sagrada’) a lo
amazónico (‘Shipibo soy’), y siempre con los sonidos hilvanados desde una
mirada urbana.
Si bien Julio Pérez, con una voz que a veces hacía recordar
a Enrique Bunbury, tuvo el dominio escénico a favor –utilizando las máscaras
para mostrar mejor los rostros del país–, los otros integrantes no se quedaron
atrás en una performance de cajones.
Sobresalió la solvencia musical del conjunto, del
guitarrista Martín Choy y el percusionista Dante Oliveros, que se comprendieron
con Marino Marcacuzco (violín andino) y Henry Condori (arpa), así como con los
demás La Sarita.
Volvieron con ‘El techadito’ para mostrar cómo ya esas
esteras fueron cambiadas por ladrillos y cemento. Y el fin de fiesta fue con el
tradicional ‘Vida pasajera’, con todos los músicos de las dos bandas reunidos
en un gran llaqtamasi. El Gran Teatro Nacional había colgado el frac, se puso
polo y empezó a zapatear de lo lindo. ¿Cómo se mide el éxito? Que el público,
tal vez, vuelve a casa y tenga otra mirada del país.
(*) Publicado el sábado 11 de abril de 2015, en el Diario Oficial El Peruano.