Navidad con fe y sin inicial
Escribe: José Vadillo Vila
Cuatro días antes de la Navidad de 1958, más de 20,000 niños
–calcularon los diarios de la época, cuando el mundo era solo en blanco y
negro– esperaron boquiabiertos y ansiosos en los alrededores del aeropuerto de
Limatambo (hoy samborjina sede del Ministerio del Interior) para ver descender
“desde el Polo Norte”, vía la aerolínea Panagra, al mismísimo Papá Noel. El
gordito y feliz personaje salió a saludar a su multitudinario público precedido
por cuatro jinetes sin Apocalipsis.
Finales de los cincuenta, tiempos cuando los “parques
infantiles” se popularizaron en Lima. Ese año, la esposa del presidente Manuel
Prado, Clorinda Málaga, como cabeza del Comité de Navidad del Niño Peruano,
inauguró estos espacios públicos. La urbe se veía más divertida, amigable a la
ciudadanía.
A esa costumbre de aprovechar el feriado navideño en
familia, también se sumarían las visitas al Parque de las Leyendas y el darse
un chapuzón en las playas de la Costa Verde.
Aquel arbolito
Ya para mediados del siglo XX, el arbolito tomaba lugar en
las costumbres de la Pascua peruana, igual que el barbudo de traje rojo, “de
moda” en todas las publicidades de los periódicos de aquel entonces.
Otra costumbre de aquellos días de diciembre, cuando nos
volvemos almas caritativas, era la repartición de “aguinaldos” en asilos,
pabellones infantiles de hospitales y para los niños pobres. El término no
tenía ligazón pecuniaria sino se refería solo a dar regalos a “los más
necesitados”.
Los niños de aquel entonces no pedían artilugios
tecnológicos (asuntos de ciencia ficción para esos años) sino pelotas “Lolo”,
trompetas, tanques de plástico, soldaditos.
Papá Noel se ponía las botas a la loca, tomaba su pasaporte
y partía el 24 por la mañana, presuroso, rumbo a Chile y Argentina.
En cómodas cuotas
Mi abuelo Sergio –que me lee con conexión wi-fi junto a San
Pedro– se emocionaba y se adeudó alguna vez para sacar “en cómodas cuotas
mensuales” un televisor “de consoleta” National en Arpesa. Te lo llevabas con
la cuota inicial, para pagarlo cada quincena. ¿Quién no lo hacía en el Perú de
los setentas, tiempos pretarjeta de crédito?
Aunque las tiendas Tía y Epsa ya hacían su espacio, los
triciclos y bicicletas tenían su punto de oferta en la avenida Arenales (no
pregunten la cuadra porque suena a ‘cherry’).
Nicomedes Santa Cruz escribía sus décimas en La Nueva
Crónica. Tiempos también de coliseos donde convivían en armonía de arrabal
catchascán y música andina; cuando la publicidad navideña no cambiaba cada año
y el holandés Johan Cruyff era el mediocampista del momento en el planeta
fútbol.
Mundo en guayaberas
En el Perú de los tiempos del “chino” Velasco, había “ferias
de camisas” (hoy tenemos el emporio Gamarra); los hombres estrenaban para estas
fechas de fin de año guayaberas Apholos de “poliéster y algodón inarrugables”,
de wash and wear.
Los jóvenes de aquel entonces soñaban con que les regalasen
“grabadoras de casetes”. El formato de cinta buscaba su nicho de mercado y
recién en la década siguiente lograría hacer del elepé y los discos de 45
R.P.M., una canción del ayer.
En la Navidad de 1973, la noticia fue que el mundo celebraba
una “Nochebuena sin guerra” y alguien se llevó los 15 millones de soles en la
famosa Lotería de Navidad. La de 1977 debió de ser la mejor en mi casa, pero no
en el mundo: ese 25 de diciembre, “el granujita” Charles Chaplin fallecía y sus
películas reemplazaron la programación habitual de pesebres y niños dioses.
(*) Publicado el lunes 25 de diciembre de 2017 en el Diario Oficial El Peruano.