Música de la memoria (flores y recuerdos)


Una mirada a las costumbres de los pueblos entre Santa Eulalia y San Mateo a la hora de recordar a sus familiares en el Día de Todos los Santos. (*)

Escribe: José Vadillo Vila
Fotos: Carlos Lezama

“No te olvides de ir a visitar a ‘Perico’”, le encomendaron sus padres. Han pasado 56 años desde la muerte de su único hermano, y Venancio Quispe (65) cumple con este deber cada año. Con toda su familia viene desde Huascata, en Chaclacayo, hasta el Cementerio Municipal de Santa Cruz de Cocachacra, que está en un desvío del kilómetro 53 de la Carretera Central, pasando Santa Eulalia.

A su hijo también le dicen ‘Perico’, y hoy es el encargado de repintar de azul el nicho de ese tío al que nunca conoció, mientras una de las nietas de Venancio hace lo propio con la cruz para volver a escribir con pintura negra el nombre del tío Teodoro y la fecha de su tierno deceso. El señor Quispe dice que cuando él no puede venir, lo hace su familia. Porque hay años en que tiene que ir a visitar la tumba de sus padres, en Ayacucho. Señala un mausoleo de mayólicas cremas y marrones, ahí están enterrados sus tíos, más allá, en otros nichos, sus primos.


El de Cocachacra es un cementerio de inmigrantes. Están los restos de los familiares de Venancio Quispe, que vinieron desde San Pedro de Cachi, en Ayacucho, para trabajar en una hacienda; luego, con la violencia terrorista de los ochentas, tuvieron que migrar casi todos. Están también siete familiares de Geremías Dávalos (55), quien ha traído en su station wagon a su mamá, doña Nicolasa, de 95 años. Ellos son de Cerro de Pasco, pero como los Quispe tuvieron que migrar cuando los terroristas hicieron la vida insoportable en Chanchamayo. “Ahora ya somos huarochiranos”, cuenta Geremías mientras dispone las flores para sus siete familiares enterrados aquí. Los muertos nos van atando con las geografías.

Como es un camposanto pequeño, aquí la música viene en formato MP3, en radios portátiles. Los ancianos miran con más pena la ausencia de sus seres queridos; los jóvenes brindan, ríen. Son distintas formas de recordar. También hay nichos donde el tiempo ha borrado los nombres, las flores, los contornos, los recuerdos de sus moradores eternos… Sin un último familiar que se acuerde de ellos, como sucede en cualquier cementerio. 

Si en el de Santa Eulalia la oferta de anticuchos de pollo, de salchichas, de papas con huevo, se confundía entre los cuarteles, en el de Cocachacra la oferta gastronómica está afuera, a cargo de ambulantes ofertando arroces con pollo, huatias de pollo, cuyes fritos.


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La música anuncia el jolgorio al interior del cementerio de Matucana. Se sufre, pero se goza. La avenida entre los cuarteles del Señor de Muruhuay y San Judas Tadeo se ha llenado de tres conjuntos con saxos, trompetas, bombos y tarolas que ofrecen tres canciones por 15 nuevos soles. Nelson Palomino ha pedido la cumbia Caballo viejo, el vals Todos vuelven y un huaino para recordar a su padre, don Julio, mientras baila con su esposa, con sus hermanas. Todos los cuarteles de este cementerio son de color verde.

Los Palomino han venido desde el distrito limeño de Santa Anita, como cada año. Elevan sus chelas, se toman fotos con sus teléfonos celulares, graban la escena, la compartirán. Parientes reunidos frente a otros nichos compran sus cervezas a cinco soles la unidad, también flores, alquilan canciones de los conjuntos que brindan por los difuntos antes de partir a ofrecer sus honorarios a otras familias en esta avenida que en plena tarde está en hora punta.


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El filo de la noche va posándose sobre San Mateo. Desde su camposanto principal, al que se llega caminando, se escucha el rumor del río Rímac. Se han prendido velas en los nichos, José Raúl López me dice que más tarde prenderán los focos fluorescentes de los pabellones porque la gente se queda cada 1 de noviembre hasta la medianoche. José Raúl tiene 53 y junto a un amigo toma frente a los nichos de su padre y de su esposa. Ella lo dejó hace dos años y medio; en su rostro se dibuja la tristeza, no quiere dar más detalles. 

La profesora Zoraida Silva y sus amigas han venido a visitar la tumba de su sobrina, que dejó dos niños huérfanos cuando falleció en un accidente de tránsito hace un par de años. En el camposanto de San Mateo los dos últimos pabellones lo ocupan casi en exclusiva personas que perecieron en accidentes de esa naturaleza.


Todas hablan al unísono, están molestas, muchos no debieron morir, dicen que la mayoría de accidentes ocurre porque los que manejan los ómnibus que hacen la ruta hacia Chosica son chiquillos, que debería haber más control en Corcona, pedirles el SOAT, el brevete. Están con rabia mientras los saxos nos envuelven, salud, cantando Ayrampito, El adiós juventud, huainos, mulizas, mientras el cementerio se va alumbrando. Paz a sus huesos.


(*) Publicado el sábado 02 de noviembre de 2013 en el diario oficial El Peruano.

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