35 años sin “Picaflor de los Andes”


Aniversario. Hoy se cumple un año más de la partida del cantor huancaíno Víctor Alberto Gil Mallma. Este cantor mayor de la música andina, falleció en La Oroya en 1975 y reunió a más de 100 mil personas en su sepelio. (Publicado el miércoles 14 de Julio de 2010 en el diario El Peruano)

Escribe: José Vadillo Vila


1. Los últimos días de su vida, “Picaflor de los Andes”" repetía que se iría muy lejos. Que se iba a morir. Dicen que la tristeza lo abrazaba desde que no pudo cantar en Concepción, durante la última gira que realizó y la gente lo pifió pensando que suspendía el espectáculo porque estaba borracho, pero “Picaflor” era un artista abstemio.

Lo habían llamado también el “Genio del Huaytapallana”, en alusión al nevado que bendice a Huancayo y el valle del Mantaro, esas tierras donde había nacido este “huanca hualash” (“hombre huanca”) y a la que cantaba con una voz que no ha sido igualada, según sus seguidores.

Yo soy huancaíno por algo / Conózcanme bien, amigos míos (...) Conózcanme hijo de quién soy / De un huancaíno, guapo de guapos.
(“Yo soy huancaíno”).

Ya en Tarma, donde había iniciado esa breve y última gira, “Picaflor de los Andes”, con sólo 46 años de edad había dicho que se iba y que no volvería a cantar. “¡No te vayas, Picacho!”, le gritaba la multitud entre sollozos y lanzando los sombreros al aire. Pero, él se despidió y emprendió el viaje “a lomo largo” a Huancayo.

Lidia Gil, la mayor de los ocho hijos que tuvo el artista, recuerda la última etapa musical de su padre, entre 1972 y 1975: Víctor Alberto Gil Mallma cosechaba éxitos, pero cantando en una silla de ruedas. Así iba al Coliseo Nacional de Lima a ganarse la gloria. Decía que iba a irse al extranjero para volver a cantar como en sus buenos tiempos. Entonces, la última gira por el Centro tendría por fin juntar los fondos para encontrar cura en Estados Unidos.

Tengo un dolor, siento un martirio / Mi corazón está sangrando / Por donde voy hay un recuerdo y los que vestigios de haberte amado / entre las brisas, entre el follaje está tu nombre. (“Maldita pasión”).

Cuenta Lidia que al “Picacho” lo aquejaba una suerte de “hemiplejia en los pies”, que molestaba mucho al cantautor huancaíno, quien registró 17 discos y dio a los provincianos que empezaban a llenar la ciudad un canto de esperanza, traducido en miles de discos vendidos, aunque nunca fue millonario y continuó viviendo en La Victoria, con una oficina para contratos en Paseo Colón.

2. Él quería que lo despidieran tocando huainos y mulizas y bailando una chonguinada. Todo se cumplió al pie de la letra: Luego de tres días de agonía, “Picaflor de los Andes” falleció a las 21:15 horas de ese lunes 14 de julio de 1975 en el hospital Chulec, de La Oroya. Se lo llevó un infarto como colofón de esa gira última e ingrata.

Retornaba de Huancayo a Lima sin cantar. La ruta hasta La Oroya fue un suplicio. La hizo respirando por un balón de oxígeno, pero al acercarse a la ciudad minera su salud desmejoró y tuvo que ser internado en el nosocomio, donde dejaría de existir.

La noticia voló por todas partes. Y el cadáver de “Picaflor” fue recibido como lo que fue, un grande que sonaba en los mercados, en los talleres, en las calles; en las radios de los ambulantes, acompañando a las amas de casa, en los refrigerios de los obreros. El convoy salió a la mañana siguiente de su fallecimiento desde La Oroya y no pudo parar en Chosica, donde le habían alistado un homenaje.

En Lima, el cuerpo primero fue llevado a la oficina del Paseo Colón, donde se le cambió nuevamente de vestimentas y ataúd (pasó a otra agencia funeraria), y de ahí llevado al Coliseo Nacional de La Victoria, donde sus cientos de seguidores lo acompañaron recordando sus éxitos y anécdotas.

Esa mañana del jueves 17, cuando en el espacio, los soviéticos de la Soyuz y los gringos del Apolo se aprestaban a darse un saludo histórico y hacer labores conjuntos, en Lima, la muerte del Picaflor de los Andes había enlutado la ciudad, que descubría esa fuerza que ya empezaban a ser los migrantes.

El cortejo fúnebre –según los diarios de la época– estaba compuesto por más de 100 mil personas y avanzaba cumpliendo los deseos del “Picaflor”: no se lloraba sino que se canturreaba las canciones que él había inmortalizado, interpretadas por las bandas folclóricas. Muchos llevaban sus trajes típicos, sobre todo los huancas, pero también estaban los compañeros de arte, dolidos por la partida: Lucho Barrios y el Indio Mayta, que también son hoy leyenda y cantan con él en el Parnaso.

En el camino del romance / Soy un viajero sin destino / Una palabra amoroso y unas caricias, ahí me quedo / Aunque después mal me paguen / Esa es mi suerte conocida.
(“Un pasajero en tu camino”).

La multitud con el féretro bajó desde La Victoria, enrumbó por la avenida Abancay, ingresó por el jirón Junín para dar una vuelta por la Plaza Mayor. A las 10 de la mañana, ingresó al templo de San Francisco para una misa de cuerpo presente, donde el reverendo José Garmendia sintetizó en su oficio religioso el sentir de esos miles de personas que acompañaba a su última morada al “Picaflor”:

“En una época en que se despreciaba la cultura indígena, Picaflor de los Andes trajo con valentía a la costa su sensibilidad artística. En este ambiente hostil, indiferente, él expresó con sus notas la incomparable belleza de los Andes”.

Pero también estaba su canto al nuevo hombre de la ciudad, al migrante trabajador. Están sus letras de “Aguas del río Rímac”: Agua que corre por el río Rímac / En tus corrientes llévate mi pena/ Porque sufrir tanto ya no puedo / por una ingrata que no me ha querido. O "Barrio Piñonate": Barrio Piñonate, Plaza 2 de Mayo, Avenida Alfonso Ugarte / Tú bien lo sabes lo que me pasa / lo que me sucede / con una ingrata paisana / que poco merece.

La esposa de Picaflor, la tarmeña Lidia Artica con quien estuvo casado durante 25 años, falleció hace cinco años y se llevó muchos secretos de este cantante que interpretaba con pasión huainos y mulizas a los personajes más humildes de la ciudad, porque también él fue chofer, pintor, constructor y albañil.

De los ocho hijos que tuvo “Picaflor”, el más famoso es Hernán Alberto Gil, “Chiquitín de los Andes”, fruto de su relación con la cantante “Flor de La Oroya”. Lo curioso es que “Chiquitín” –bautizado así por una canción homónima de su padre– debutó el año que su papá fallecía y nunca llegó a escucharlo.

Lidia Gil Artica lamenta que si bien su padre recibió muchos premios en vida, nunca “ni vivo ni muerto” el Estado lo reconoció en su real dimensión y el museo que alguna vez armó la familia en su honor tuvo que ser desmontado por falta de espacio.

Pero su canto está vigente. Explica Gil que hasta hoy se versionan los temas del “Picaflor”, sobre todo por artistas ayacuchanos. Ella tiene en su poder canciones inéditas escritas del puño y letra de su papá, pero nunca se ha animado a darlas a algún artista, quizá porque siente que no hay una gran voz como la que marcó época y se llamó “Picaflor de los Andes".


Datos sobre el "Picaflor"
--Entre sus éxitos figuran “Corazón mañoso”, “Bruja”, “Barrio de Piñonate”, “Gorrioncito”, “Por tu santo”, “Por las rutas del recuerdo”, “Agua rosada”, “Envidia”, “Mi Concepción” y “Mi casita”.

--El disco de 45 RPM “Corazón mañoso” se convirtió en un suceso en el mercado peruano hasta la actualidad: vendió 80 mil ejemplares.

--Lidia Gil conduce todos los sábados por radio San Isidro, “Clarinadas Peruanas”, espacio que inauguró su padre en 1966. Además, en el centro musical Picaflor de los Andes (Jirón Cusco 445, stand 10, Lima) se puede adquirir videos, karaokes y parte de la amplia discografía del desaparecido artista.

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