Eloy Jáuregui: periodismo, calle y sabor



El cronista Eloy Jáuregui publica su primer tratado sobre el periodismo literario. Es su aporte, tras varios lustros como conspicuo pregonero del género periodístico más híbrido, sensual y sabroso.


Nuestro Obi Wan Kenobi de la “pirámide pervertida”. Nuestro Optimus Prime del periodismo de inmersión. Súbdito del imperio del estilo; barroco conspicuo para felicidad de sus lectores. Ese es Eloy Jáuregui.

Si en Estados Unidos la ruta 66 es un clásico de las carreteras, Eloy, quien mañana se calza los 66 años, es una vía expresa de textos memorables. Y dice que el único ser de su loca devoción y vocación a la crónica son los lectores, su razón de existir. Bah, no le creo, maestro.

Eloy es jerga y jogo bonito del periodismo personal; verbo espabilado, afilado y canchero. Y mirada de huaco erótico moche, cuando las curvas lo ameritan. Está presente en los medios impresos desde hace más de cuatro décadas. Y el ala principal del bar Queirolo de Lima recuerda en sus muros que además de acólito ciudadano de extrabares es filósofo que logra la clarividencia con una copa de oporto al ristre o un vaso largo con dos cubitos de hielo, pisco y ginger ale. Salud.

Pero me dice, con su voz de aguarrás, que ya va dejando el arte de empinar el codo, y siento un triste secor en mi garganta periodística, “uno se acostumbra al mal, ¿o el bien?”, sonríe con segunda. ¿Por qué, maestro?, preguntamos extrañados; “Algo con el Bobby Cruz”, cuenta y sorbe un café que sabe a lata de supermercado, mientras los cláxones hacen el soundtrack desde Lima, la horrible, que conoce con dron y zoom in.

Apasionado por el verbo

Ahora trae bajo el brazo su nuevo libro, Una pasión crónica (Lima, Artífice Comunicadores, 2018). Son sus lecciones de cronista-crónico. Porque si un forense abriera sus entrañas, además de sopa (de letras) y litros de curiosidad fermentada encontrará restos de la “sensualidad de la textualidad” (metáforas, hipérboles, metonimias) que por lustros han carcomido sus glóbulos rojiblancos. Sí, la materia de la que más escribe Eloy es la choledad, la peruanidad y sus ismos, que forman el registro genético de los bichoznos de incas, afros y coloraos.

Una pasión… es teoría-vivencia en 15 capítulos. Y, a la vez, como los piqueos marinos, ofrece igual número de crónicas sabrosas de su autor que ha publicado en (casi) todos los periódicos, revistas y en su propio blog, Cangrejo Negro, que es su tercera vía –no “canal”–, que alimenta a diario con más textos que se reactualizan “como un ejercicio de creación y de vida”.

El Perú tiene tradición de cronistas desde los sesenta. Sobresalen Jorge Salazar, Humberto “Chivo” Castillo, Guillermo Thorndike, Antonio Cisneros, Chema Salcedo, Alonso Cueto, Goyo Martínez (quien comparte con Eloy el estilo criollo, sicalíptico y barroco). Y el siglo XXI despertó con la recordada revista Etiqueta Negra. En fin, tantas décadas crónicas, maestro, ¿y qué pasó con los teóricos? Jáuregui se encoge de hombros, “flojera de los cronistas”, dice, porque hay cosas de Juan Gargurevich, “cosas escondidas” de César Lévano y para de contar.

“Yo soy teórico de la crónica. He leído mucho sobre el género porque sufría mucho cuando estudiaba. Me tocaron los peores profesores en la Bausate; leíamos a unos carcamanes como Martín Vivaldi, que tenían hasta 40 tipos de género periodísticos y en Estados Unidos hay solo dos géneros: las crónicas [historias] y la nota informativa. Punto. Se acabó”.

Leyente impío

La crónica es el género que hace stop mientras la adrenalina noticiosa procrea miles de tuits. Frena para reflexionar. Apunto: la crónica, “un mar proceloso donde uno siempre naufraga” (pág. 29). “Si la vieja noticia es la morgue del lector, el relato narrativo es la resurrección del creyente leyente impío”. (pág. 88) Y es la vida propia de su autor. “Si yo no escribiera, hubiera muerto”, me jura.

Mas Una pasión crónica no es un manual, sino un tratado, un libro-diálogo para estudiantes y estudiosos del género, al estilo de Cartas a un joven novelista, de Vargas Llosa. Sus páginas retroceden y aceleran, tal como Jáuregui dicta sus talleres (los dicta desde el 2000) con el propósito de “contar historias con la magia de la verdad” (pág. 18).

Inmerso, diverso y anverso

El valor de la publicación radica, justamente, en el knowhow de su autor; en el cómo hace para preñar –con el berbiquí del estilo– esos textos fosforescentes. Si Jáuregui es aquelarre para los que desean saber más sobre “el arte de unir palabras” es porque conoce la limeñidad y sus intramuros sonoros, gastronómicos, culturales e idiosincráticos. Ya lo dijimos.

Por ejemplo, digo “verano” y Eloy ya recorrió todas las playas del litoral, “desde las pitucas hasta las playas chihuán”. Ha probado la carta de carretillas y los restaurantes más pitucos. Sus posaderas han disfrutado viajes en mototaxi como yates con mozo y masajista en bikini. Hablando de crema carnal, ha aderezado su piel con bloqueadores solares VIP, como aquellos hechos con zanahoria, canela y aceite de maíz.

Entonces, ¿la vivencia pesa más en la crónica que en cualquier otro género periodístico? “Hay una suerte de escritura emotiva, sensual [en la crónica], que no la puedes tener si es que no lo has vivido. La mayor parte de mis crónicas son cosas que yo he vivido, que he experimentado”. Jáuregui, nuestro hijo putativo del periodismo gonzo, nuestra versión local de Hunter S. Thompson.

¡A la calle!

Por eso aconseja a quienes quieran escribir “trabajar en la calle”. “La única manera de ser buen periodista es salir del escritorio: la mayor carga de la información la tienes que recibir directamente; en la inmersión, que es el proceso de recibir información”. Así, Eloy saca al ojo, en el primer párrafo, si un periodista carece de lecturas y “experiencias vitales”.

Porque para ser buen escritor solo se debe cumplir con las tres obligaciones que aconsejaba Oswaldo Reynoso: leer, escribir y vivir. Lo mismo le decía Ernest Hemingway y tantos que admiró, como Martín Caparrós, otro cronista-viajero impenitente como él.

“Yo escribo lo que me mandan mis testículos”, dice. Vivir y exagerar para contarla. Vivir y viajar. “Si a mí me dicen quieres una casa o quieres un pasaje de avión, yo quiero el pasaje. ¡Qué hago en una casa, encerrado como un huevón! Viajando, aprendo, conozco, me divierto. Lo bueno del periodista es que todos los días estás frente a un hecho inédito, ignorado. Si algo merece la escritura es porque te ha sorprendido, te ha cautivado”. Así funcionan las cosas en el universo jaureguiano.

Dice que no fue “ratón de biblioteca”, pero su padre, Néstor, fue librero, y en la casa de Surquillo había música y libros por doquier. Y fue conspicuo de la Biblioteca Nacional de la avenida Abancay, donde leyó y de paso se enamoró –entrelíneas y lomos– de todas las bibliotecólogas. También fue acólito de la biblioteca del Congreso, en la que conoció a Platón, no el filósofo, sino a un empleado comelibros que tenía el defecto de ser desastrado. Y todo lo volvió crónica Eloy.

Calidad sobre todo

El tiempo parece darles la razón a los cronistas; ahora los nuevos sabuesos tecnológicos han descubierto que los periodistas millennials necesitan contar historias, lo bien escrito es lo diferencial, con aires literarios. Lo demás ya nos lo dieron las redes sociales en un tuit.

Le pregunto por las crónicas multimedia, y para Eloy, más allá del formato audio, video, imagen o texto, “la crónica demuestra que un buen producto periodístico debe tener calidad, mucha plasticidad y arte”. Me dice: “La gente mira Roma [la nueva película de Alfonso Cuarón] y no se da cuenta de que es pura tecnología. Eso no es lo valioso, sino la historia”.

Jáuregui extraña cuando se podía diferenciar cada medio por la forma de escribir de sus periodistas. “Pero ahora los medios y los grupos empresariales están en una competencia hacia abajo, comercial, de quién informa menos, y eso ha desnaturalizado el alma del periodismo, que era la competencia hacia arriba, la calidad. Sucede lo mismo en la televisión. Hoy, ya no hay estilo, hay una competencia por la chatura. El aprecio por la calidad periodística no existe en el Perú”.
  

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