DESDE EL REINO DEL HUAINO



Escribe JOSÉ VADILLO VILA
Foto: Oscar Farje

Cada artista marca su génesis con distinto compás. Rodolfo y Diosdado cuentan sus 29 años de trayectoria a partir de la primera vez que pisaron un escenario como Dúo Hermanos Gaitán Castro: el 2 de abril de 1987. Fue en un local de la capital ayacuchana, donde cantaron un par de huainos. Eran “dos jovencitos que cantaban y tocaban apasionados la música andina”. Y los aplausos causaron en ellos tal goce adictivo que decidieron poner la música como el motor de sus vidas.

Desde entonces, Rodolfo, el mayor de los dos, está a cargo de la primera guitarra y la segunda voz; y Diosdado, el menor, de la primera voz y de bordonear y llevar el ritmo con las seis cuerdas.
Como si tuviera pentagramas en vez de calles, Ayacucho es ciudad musical, donde se zapatea el elegante huaino huamanguino y las guitarras son comunes, como las palomas.

Los Gaitán estudiaron en el colegio salesiano San Juan Bosco. Ahí, empezaron a ‘chapalear’ con la guitarra. Diosdado recuerda a profesores que además de dominar su materia eran también grandes guitarristas, como Walter Vidal García –el recordado Chobi–, Carlos Berrocal y Walter Morales. “Éramos muy chiquillos, íbamos a las guitarreadas y mirábamos a nuestros maestros; tal vez aprendimos inconscientemente de ellos”, dice.

Se han presentado en países de América Latina y en Estados Unidos. Del Perú conocen casi todo: capitales de departamentos, la mayoría de las capitales de provincias y algunos pueblos. Desde 2012, el dúo tiene vida de ave fénix: renace cuando los llaman a escena; después, cada uno se dedica a sus propias actividades: Rodolfo con su carrera en solitario en el latin folk y administrando su restaurante; y Diosdado, quien recorre los confines de la patria para presentarse en solitario.

“Ambos tenemos la libertad de hacer un trabajo independiente, de acuerdo con nuestros criterios; hemos aprendido eso, pero nuestra institución mayor es el Dúo Hermanos Gaitán Castro”.



Apus en espera “El dúo se ha convertido en un clásico”, resume Rodolfo. A lo largo de estos 29 años, sus voces han vuelto éxitos tanto canciones propias como reactualizaciones de terceros: ‘Mi propuesta (amor, amor)’, ‘Para Chaska’, ‘Réquiem para un amor’, ‘Cómo has hecho’, ‘Piel canela’, ‘Maíz’, ‘Duele sentir que aún te amo’, etcétera.

Acusan al tiempo, los deberes y la familia, como las causas del por qué no sacan un nuevo material. El disco que dejaron en el tintero tiene nombre ya de leyenda: El sueño de los apus. Lo grabaron hace unos 15 años. Un adelanto fue la versión del huaino ‘Para un viejo corazón’, que circuló la década pasada en algunas radios del género. Para Diosdado es/fue “un disco muy adelantado a su tiempo, incluso en estos momentos”. Rodolfo difiere y considera que “para estos tiempos (sacar ese álbum) sería espectacular”. “Es un álbum que está listo y solo falta ponerle las voces definitivas”, dice uno. “La idea sería grabar de corazón, que siempre ha sido nuestra maestra de la armonía”, agrega el otro hermano.

Cambios sonoros Las etapas de los Gaitán Castro están muy marcadas en su discografía en común. El primer álbum, Elegía (1991), grabado a dos guitarras y un bajo; el segundo, Desde las entrañas del fuego (1992), donde hay un trabajo de arreglos con varias guitarras. Para el tercero, Amor, Amor (1994) –que toma el vocativo con el que se conoce el huaino del compositor César Romero, ‘Mi propuesta’– suman quena, zampoña y charango; En vivo (1994) fue grabado en el coliseo Eduardo Dibós, escenario que se volvería un referente en su carrera. Tres años más tarde apareció Réquiem para un amor, donde la batería se suma y crecería su presencia en el CD Tour 97. En el último hasta la fecha, Son del Sol (1998), diversifican su sonido, toman elementos del jazz y adoptan la percusión menor y la guitarra de cuerdas de metal.

Entonces vino el desgaste natural, que es un bumerán con el que se paga la fama. Su historia oficial dice que rompieron el año 2000 y que tuvieron que esperar 11 años y pico para reunirse formalmente, tras un distanciamiento mediático, que se agudizó con una desafortunada entrevista con la entonces tótem del periodismo farandulero, Magaly Medina.

Quedaron como Caín y Abel de la música peruana. Fue una etapa negra para ambos. Tenían un programa propio en TV Perú y se presentaron esporádicamente en Lima y provincias juntos, pero con perfil bajo hasta distanciarse por completo. El nuevo camino, desde abril de 2012, tiene el plus del respeto de las individualidades, decíamos. Un nuevo pacto de sangre a dos voces.

– ¿Cómo ven el mercado actual de la música andina?
Rodolfo: No ha evolucionado nada. Simplemente han tomado el formato que logramos, pero no creen en lo que creíamos: invertir y reinventir; trabajar en pro de la música andina peruana para que sea competitiva, grande, mayor. Los demás grupos han perdido la perspectiva, no tienen filosofía de vida, de trabajo. Y las composiciones que graban son panfletos, sin algo de poesía. Eso no existe ahora.

– Hablemos del huaino en sí, ¿cuál es el diagnóstico?
Rodolfo: El huaino tiene una riqueza increíble, pero escucho a artistas, como Gianmarco, que quieren cuadrar el huaino en 2/4 o 4/4, o dicen que los andinos somos desordenados, cuando la identidad del huaino es la poliritmia, no puede haber una medida exacta del huaino.
Diosdado: Cada huaino es una historia diferente, letra, melodía, armonía. El de Huamanga no es igual al de Huancayo, Huancavelica, nosotros tenemos que aprender a sentir esas diferencias. Pero la música andina ha sufrido una involución: están mezclando la rítmica de la chicha con el huaino. Es una prostitución. ¡Qué dirían los que trabajaron por preservarla, Pastorita Huaracina, Jilguero del Huascarán, Picaflor de los Andes, los Hermanos García Zárate! Ellos hicieron que esta música continúe con su misma pulsación.

Internacionales
Los Gaitán Castro eran unos jovenzuelos en pleno ascenso cuando, en 1993 y 1994, hicieron primero una gira nacional con el grupo Proyección de Bolivia y, luego, con los históricos Kjarkas. Musicalmente, en el primer encuentro con los padres de la saya ‘Llorando se fue’, los Gaitán eran solo dos guitarras acompañadas de un bajo electrónico; la siguiente vez, ya incluían a un charanguista y un quenista. Luego, sumaron la batería y el saxo. Invirtieron en alquilar los mejores equipos de sonido. “A Los Kjarkas, con entonces 25 años de trayectoria, les enseñamos que el Perú tenía más cosas que ofrecerles de manera técnica, en sonido, contratamos el mejor equipo, los alojamos en hoteles de cinco estrellas en Miraflores. La gente los veía como un partido Perú-Bolivia y salía emocionada de ver a ambos grupos”. Tras ver a los Gaitán, aseguran, el sexteto boliviano también sumó bajista y baterista.

En su mejor momento, en los años noventa, los Gaitán llegaron a facturar ante la Sunat por más de un millón de dólares anuales. “Nosotros cobrábamos 10 soles, 30 soles y después llegamos a cobrar hasta 12 mil dólares por un concierto de hora y media, pero todo por trabajo, categoría, calidad, inversión”.

Subrayan ‘reinversión’. No tenían auspiciadores, aseguran, y el dinero ganado se reinvertía en buenos estudios de grabación, en contratar músicos de primer nivel, arreglistas, fotógrafos, en hacer publicidad en diarios, en filmar videos de alta calidad. Todo costaba.

Este esfuerzo les dio un triunfo musical. “Hoy los músicos profesionales del rock, jazz o salsa, ya no se hacen problemas en tocar folclor andino. Pero poner nuestra música en vitrina nos costó”, dice uno. “Los Gaitán Castro fuimos respetados por los más grandes músicos del Perú, que pensaban que grabar un huainito eran dos o tres acordes, pero al llegar al estudio se daban cuenta de que la armonía era compleja, y se sacaban el sombrero”, agrega el otro.

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