Historias para reflexionar


Mañana será el Día Mundial de la Diabetes, una fecha para recordar que la presencia de la enfermedad ha aumentado en personas jóvenes como consecuencia de hábitos de vida nada saludables.

Escribe: José Vadillo Vila

1.
Las cifras tienen rostro. Eli Loa es una del millón de compatriotas que saben que sufren de diabetes. A los 9 años se le presentó la enfermedad; hoy, a sus 21, en su hogar aún se resisten a creerlo. Su madre le escondía los tubitos de insulina; a veces, hasta los rompía. “Yo no he parido una hija enferma”, se molestaba. No concebía que su hija tuviera que inyectarse ese líquido transparente para vivir.
Eli sufre la denominada diabetes tipo 1 o ‘diabetes juvenil’, que no necesita de antecedentes familiares para manifestarse a edad temprana.

Aprendió a ir sola a la posta médica para hacerse chequeos. Aprendió a inyectarse. A soportar el genio de los médicos sola. A alejarse de los parientes que pensaban que la enfermedad se contagiaba por compartir un vaso. Se sintió un monstruo en su adolescencia. Todo sola.

Se hospitalizó varias veces por la enfermedad, pero también por rebeldía, piensa ahora. En el fondo, quería que en su casa le prestaran atención. “Ahora ya no callo. Sé que hablando me van a poder ayudar. Me siento orgullosa porque he aprendido a valorar la vida. A veces, la rebeldía me ganaba en la adolescencia y no me ponía la insulina. Pero esa etapa ya pasó, porque si no me cuido, la que se sentirá mal soy yo”, cuenta.

Vive en Canta Callao y debe inyectarse insulina cuatro veces al día. Por eso siempre lleva en la cartera el glucómetro para medirse el nivel de azúcar en la sangre, y la jeringa con insulina. Y ha tenido que aplicarse en baños de restaurantes, incluso en el ómnibus.

La enfermedad avanza y la ciencia también. Ahora utiliza insulinas ‘muy inteligentes’, ya no aquellas de origen bovino o porcino, sino las que son las más parecidas a las producidas por el páncreas del hombre. “Son más caritas”, me dice, mostrándome los ‘lapiceros’ de las Humalog, las Lantus.

Es caro para alguien como ella, que aunque estudió enfermería y trabaja en un consultorio médico, su problema de salud le juega malas pasadas y tiene que dejar su centro de labores por días, como hoy que nos vemos y tiene la presión del ojo elevada por la diabetes. Y debe pensar en dinero: 800 soles mensuales más para comprar un medicamento que le pare el sangrado y le cauterice los pequeños vasos.

Hay vacíos por cubrir en la seguridad pública. “Para los diabéticos tipo 1, el Seguro Integral de Salud [SIS] cubre solo la consulta; no nos dan la insulina o nos dan una vez a las quinientas y de tipo animal, pero por nuestro bienestar usamos las ‘muy inteligentes’. Tampoco cubre las complicaciones, como los problemas en la vista, riñones o corazón”, dice.

Cuando le preguntan del amor, para Eli también fue una novela. Tiene un enamorado, Elvis, que se preocupa por su salud, que no busca alejarse, sino aprender de la enfermedad, que es una forma de decirle te quiero.

2.
“Las costumbres han cambiado. Antes se caminaba más y se comía más sano, y la diabetes era típica en mayores de 50 años. Ahora se presenta en menores de 30, inclusive hay pacientes escolares, y eso va de la mano de los casos de obesidad”, explica el doctor Javier Sánchez Povis, representante de la Asociación de Diabetes del Perú (Adiper).

En el país, donde algunos estudios señalan que seis de cada 10 personas tiene sobrepeso, la diabetes se presenta en 7% a 8% de la población. Más en zonas como la Costa, con una media de 4%, y con menos presencia en la Sierra (2%). En Lima, con la mayor población del país, supera el 7%.

En total, cerca de dos millones. La mitad lo sabe y la otra no. Muchos pueden presentar por unos años cuadros de prediabetes, que pasa por una etapa asintomática, hasta que la glucosa (azúcar) supera los 180 por mililitros en el torrente sanguíneo.

“Será asintomática, pero la glucosa va dañando la circulación de las piernas, el riñón”, recuerda Sánchez, y pide a la población hacerse el chequeo.

Y cuando se diagnostica la diabetes no se engañe: no hay vuelta atrás, no cambiará el diagnóstico hasta el último de sus días. Hay que aprender a vivir con la enfermedad controlada. Y hay profesiones que son más vulnerables a la enfermedad, ligadas al sedentarismo, como los choferes de ómnibus o los oficinistas con largas jornadas sentados.

3.
La señora Selfa Castillo es cajamarquina y ha cumplido 74 años. Esta profesora jubilada convive los últimos 24 años con la diabetes. En ella pesó la carga genética. Si ha sobrevivido estos años, cuenta, se debe a que ha seguido al pie de la letra las indicaciones del endocrinólogo: hace a diario caminatas de 60 minutos que acomoda a sus horarios, siempre acompañada; además, lleva un distintivo, una pequeña placa de metal en la que dice que sufre de diabetes y está su teléfono por precaución, por si le da un ataque de hipoglicemia o hiperglicemia y deben auxiliarla.

Está contenta porque su hijo ha bajado 9 kilos, pero le preocupa su nieto, que está un poco gordito. Selfa ha aprendido a vivir sin bebidas azucaradas y las tortas, que eran su debilidad. Toma agua o la mezcla con limón; y su alimentación es completamente saludable: a base de frutas, zanahorias, carnes blancas al vapor o al horno, evita los condimentos, las frituras, se mide en las cantidades y no mezcla jamás las harinas: el estofado va con media guarnición de papas o arroz. Para las noches, solo un vaso de leche, mate o una fruta. En casa se acostumbraron a comer sano y ella divulga sus conocimientos entre los diabéticos y quienes decimos o creemos que nunca nos tocará esa enfermedad.




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