Mirar para contar
Los relatos de Mínima señal confirman el gran oficio de la
narradora Irma del Águila. (*)
Irma del Águila (Lima, 1966) es una de las voces de la
narrativa peruana más interesantes de los últimos años. La isla de Fushía fue
reconocida como una de las mejores novelas del 2016. El hombre que hablaba del
cielo (2011) se hizo del III Premio de Novela Breve de la Cámara Peruana de
Libro.
El corpus de su nuevo trabajo, Mínima señal (Lima, Fondo de
Cultura Económica del Perú, 2017), confirma el gran momento de su escritura.
Construido en apenas 71 páginas, el breve libro de siete
relatos y una coda, propone historias de final abierto y de una búsqueda por la
precisión del término exacto. Es la manera de mirar de Del Águila la que le
otorga esa profundidad. Hay mucho, creo, de su formación sociológica que es
permeable a su literatura, sin molestar la narrativa; por el contrario, la
alimenta.
La mirada importa
“La sociología puede servir como un filtro para observar la
realidad o mirar con una sensibilidad distinta. La mirada es un hecho cultural
y la sociología una herramienta para mirar, pero no puede convertirse en un
discurso de ficción ni a la inversa”, explica Irma.
Para su novela El hombre que hablaba del cielo tomó un curso
de paleografía, que le permitió ficcionalizar con propiedad en torno a los
personajes del siglo VII.
La realidad es un elemento desde el cual se nutre para su
narrativa. A inicios de los noventa, el psicosocial del retorno de la mujer
vampiro Sarah Hellen en Pisco, orquestado por el fujimontesinismo desde el
Servicio de Inteligencia Nacional, le permitió desarrollar uno de los mejores
relatos sobre este mito, que acaba de reeditarse en el colectivo Trece veces
Sarah (Ediciones Altazor, 2017).
“Somos un país con historias de histeria colectiva y se usan
como psicosociales en momentos en que la gente se siente tan frágil y cree en
cucos. Como fue el ‘sacaojos’, que coincidió con el ‘setiembre negro’ del
primer gobierno del APRA, en 1988”, recuerda.
inquietar al lector
En el texto introductorio a Mínima señal, Carmen Ollé
explica que los cuentos-situación de Irma del Águila “tienen la virtud de
instalar al lector en la inquietud y la sospecha de desenlaces eventuales, pues
se inician en un momento álgido de la vida de los personajes y culminan cuando
la calma va a quebrarse”.
Uno de los relatos es ‘Pared medianera’. Del Águila toma una
nota que leyó en el periódico sobre un proyecto de construcción de paredes en
hogares de escasos recursos económicos de la periferia para evitar las
violaciones. “Generalmente cuando enfrentamos un tabú rodeamos el tema”.
–¿Cuál es el territorio que le interesa explorar en sus
relatos?
–Exploro esas zonas, grietas, de las que no se suelen
hablar, pero que son importantes en nuestras vidas y convivencia. Hablamos de
las historias oficiales, pero no de esas pulsiones. Freud llamaba ‘encubridores’
a los recuerdos: olvidamos lo que realmente es significativo en un relato
ficcional y psicoanalítico.
En ‘El baile de la garza’ se puede leer una crítica a
ciertas prácticas turísticas en la Amazonía. A los turistas los llevan a las
localidades donde los indígenas son expuestos a representar su universo e
implica que niñas y mujeres muestren los pechos. Eso es violentar. Y es el
costo de hacer del Perú un destino de exotismo.
Los otros aspectos que aborda en sus relatos tienen que ver
con la exploración de ese terreno incierto y grueso de los significados. “La
sensibilidad y procesos cognitivos distintos de otras culturas, orales, que son
tangibles, versus las culturas de la imprenta que suelen ser más abstractas”.
Sucede en ‘Luces de las sombras’, ambientado en Haití, o en ‘Ecos de la selva’.
–¿Qué necesita para escribir?
–Necesito tiempo. Necesariamente [escribir] implica un
proceso de aislamiento, y eso sí puede ser doloroso. No describir, sino aludir
a algo, es un esfuerzo creativo que me parece satisfactorio.
–¿A qué narradores visitó durante la escritura del libro?
–A autores que me dicen mucho, como Claude Simmon en Las
Geórgicas. Un puente sobre el Drina, del premio nobel Ivo Andrić, donde el
puente va moldeando a quienes lo transitan.
–¿Qué está por contarse?
–Los procesos migratorios dentro del Perú son una historia
por contarse. Mucha de la literatura que se consume está construida en Lima,
pero no hay puentes, cuando somos un país con nudos y vías de intercambio
intensos que nunca se han detenido,
desde Chavín de Huantar hasta procesos migratorios recientes. Y eso me
parece interesante, el desplazamiento, las relaciones que se establecen y
renegocian. Somos un país con nudos y con vías de intercambio intensos.
(*) Publicado en el semanario Variedades del Diario Oficial
El Peruano el viernes 25 de agosto de 2017.