República en construcción


El proyecto independentista de 1821 fue respaldado por un pequeño grupo de liberales republicanos. Los sueños de una sociedad peruana más democrática recién germinaron a inicios del siglo XX. Dos historiadores auscultan el XIX para ensayar respuestas ad portas del bicentenario. (*)

Escribe: José Vadillo Vila

La independencia de 1821 “es un proceso complejo, con varios actores colectivos que pugnan por hacer prevalecer su visión de la política y la construcción del Estado”, explica Rolando Rojas. 

Para el autor de La república imaginada. Representaciones culturales y discursos políticos en la época de la independencia (Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 2017) tres elementos definen la visión de construcción de nación que tenían los liberales republicanos que fundaron el Perú:

a) La liberalización del comercio para reactivar la economía; b) la expansión de la educación para que todos accedan a las nociones de sus derechos y normas; y, c) la conformación de un régimen político que garantice la igualdad jurídica de los individuos.

En su trabajo, Rojas discute la idea de “la independencia concedida” por los ejércitos de San Martín y Bolívar, una tesis que el doctor Heraclio Bonilla, dio a conocer en la década de 1970.

“A partir de testimonios y documentos, se demuestra que esta idea fue traída por San Martín, Bernardo de Monteagudo y otros para legitimarse en la esfera pública. En Chile, O’Higgins asume el poder político y el ejército de San Martín, lo militar. Pero en el Perú, aunque se promueva la elección de gobernantes y de un congreso entre criollos, San Martín asume el poder político y parte del militar. Para justificar que no promueva la elección de representantes peruanos, difunde la idea de que seríamos proclives a la independencia y que, por lo tanto, no se les podía dar el poder”, explica Rojas.

En La república imaginada recuerda que sectores de indios y mestizos se oponían a los realistas.

De bases débiles
Sin embargo, “el proyecto de la independencia nació con bases muy débiles”. Era el sueño liberal de una élite “minoritaria y débil”, básicamente de clases altas y urbana. Si en Europa los liberales se sostenían por los comerciantes y empresarios manufactureros; en el Perú esta base social no existía o era muy débil, dice Rojas. El Perú se basaba en “un régimen de hacienda bajo condiciones de servidumbre”, y otra parte de la sociedad vivía en esclavitud.

Deudas regionales
El proceso no vino desde las clases socioeconómicas bajas, del mundo rural, que tenían su propia agenda. Rolando Rojas opina que “una gran deuda de la historiografía nacional es tratar de entender la lógica y la autorrepresentación de los sectores populares, reconstruir las historias regionales, locales”.

Ya sobre los proyectos regionales paralelos al gran proyecto criollo mestizo del México de 1810 a 1821 ha sido explorado por el historiador norteamericano Eric Van Young en La otra rebelión, donde da a conocer esas idiosincrasias del mundo rural. “Lógicamente, no prevalecen porque son proyectos regionales, fragmentados, pero Van Young logra mostrar un planteamiento muy distinto de comprender la política y los proyectos liberales”.

“Somos uno de los países más centralistas de América Latina por eso celebramos el 28 de julio de 1821 y no fechas más tempranas, como el fallido movimiento de Pumacahua y los hermanos Ángulo de 1814, porque en otros países los movimientos fallidos son celebrados como sus fiestas patrias”.

Falta darle otro impulso a la descentralización, opina. Se debe “balancear la concentración de la riqueza, de la industria, economía y fortalecer las regiones. El país está demasiado concentrado en Lima”.

Un signo innegable de la centralización es que los años de violencia, fijados entre 1980 y 2000 por la Comisión de la Verdad y Reconciliación, señala que el daño más letal se dio en las regiones más pobres del país, también las más rurales y con mayor presencia de población indígena.

¿Adiós a los sueños?
Cuando en el siglo XIX los liberales plantean la reducción gradual de la esclavitud o la abolición del tributo indígena, sus medidas son recortadas por los grupos conservadores. La base social que necesita el régimen político liberal no logra construirse.

La agenda liberal deberá esperar hasta inicios del siglo XX y la aparición del pensamiento socialista y el reformista para construir las reformas económicas o sociales pendientes. Es el gran aporte de los actores políticos del XX. Es curioso, dice, quien lleva adelante las tareas pendientes del idealismo liberal fuera un militar nacionalista: Juan Velasco Alvarado.

Te doy mi voto
En el Perú del XIX las elecciones se realizaban primero a escala parroquial y luego provincial. En la parroquial, todos podían votar excepto los esclavos. Se elegía a los miembros del colegio electoral, el cual en la capital de la provincia elegía a diputados, senadores y al presidente de la República.

Las mayorías podían elegir. Nada más. Tentar la representación política era imposible para las masas. Debían demostrar cierto nivel de ingresos económicos, profesión, saber leer y escribir, lo que marginaba al 90 por ciento de la población, explica Rojas. Así, en los primeros congresos nacionales del XIX, hay dos o tres representantes de las élites indígenas. Del llano, ninguno. “El régimen acaba siendo controlado y favoreciendo a los sectores elevados, no promoviendo la igualdad en la representación”.

La “blancura” como fin
En El juego de las apariencias. La alquimia de los mestizajes y las jerarquías sociales en Lima, siglo XIX, editado este año por el IEP y el Colegio de México, el historiador Jesús Cosamalón sostiene que en la etapa republicana se eliminan por ley las diferencias de castas de mestizos, mulatos, zambos, y se crea una igualdad jurídica. En teoría, todos los hombres mayores de edad son iguales ante la ley.

“Pero esa igualdad no eliminó las formas de discriminación –dice–, el color de piel tiene en este período un rol mucho más relevante que en la época colonial”.

En la investigación aclara que si en el contexto colonial, el máximo honor era ser ‘español’, en la era republicana aparece el término ‘blanco’. “La gente va buscando mecanismos para ser percibidos como blancos”.

El caso más notorio es el tradicionalista Ricardo Palma, si bien era afrodescendiente, nunca se autodefinió como tal. “Él se sentía un blanco, de origen hispano. Y saber escribir lo convirtió en términos funcionales en un blanco”.

A la par, “hay mecanismos que ennegrecen tu piel”; hay realidades materiales, como el analfabetismo, que pueden ser percibidos más oscuros que en otro contexto podría ser.

El autor analiza el desarrollo de palabras como “casta” en los diccionarios de la Real Academia Española, del siglo XVIII en adelante. Lo curioso es que estas palabras se van “negativizando” con el tiempo, y se asume el color de piel como indicador esencial de lo que llamamos raza. El mundo de las apariencias gana.

La principal fuente de análisis fue el Censo de 1860, que le permite hacer esa radiografía. “El color de piel no es objetivo, porque la línea divisoria entre quién es blanco y quién no, no se puede trazar de manera clara. Es totalmente subjetivo”, explica. Con el siglo XX, la práctica permanece. La literatura nacional pone en evidencia el desprecio de los blancos hacia cholos, negros, asiáticos.

Un nuevo contexto
Si bien las prácticas permanecen, Cosamalón opina que “en que el mundo contemporáneo, sobre todo en Lima, la relación color de piel, ubicación social, ya se ha roto”. Y esto, a su parecer, hace que aparezca con mayor fuerza el racismo porque los miembros de la elite económico-social ha variado, es más mestiza, de raíces provincianas.

“Se ha roto la identidad por el color de piel”. La movilidad social es una realidad de los últimos veinte años. “No creo que el racismo sea más fuerte ahora que hace 30 años, pero hoy el tema ya tiene sensibilidad pública”, explica.

El Censo Nacional 2017 incluirá la autoidentificación étnica. Para Cosamalón es bueno que las personas autoafirmen su identidad. Es su derecho.


“Pero somos una sociedad totalmente mezclada y difícilmente alguien solo tiene orígenes afros, asiáticos o indígenas. El problema será que una persona puede tener más de una autoidentificación. Se debe trabajar bien en cómo nos definimos, de lo contrario será sobre las apariencias y volvemos al siglo XIX. Tenemos una sociedad de colores muy diversos donde los colores de piel no tienen más razón que una apariencia personal, pero hay que romper con la discriminación”. Ese es el reto.

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