Los mártires de Plumereros
El 14 de febrero de 1931 no volaron cupidos sobre Lima. Esa
noche cinco bomberos voluntarios fallecieron mientras trataban de controlar el
fuego en un almacén de la calle Plumereros. Una crónica sobre los hombres de rojo. (*)
Escribe:
José Vadillo Vila
Fotos: Archivo histórico del diario oficial El Peruano
Era 14 y era febrero. Día del Amor de aquel 1931. La calle
Plumereros había reservado para la fecha una tragedia que repercutió en el
espíritu de los limeños. Ese febrero, el Rey Momo se quedó con los crespos
hechos; durante esos festejos del carnaval hubo comparsas, carros alegóricos,
serpentinas y chisguetes por la ciudad, pero a los limeños no les quedaron
ánimos para celebrar como otras veces. Lo decían en los diarios, lo confirmaban
las revistas. Febrero se había puesto un cintillo negro.
A las 10 y 30 de la noche de ese sábado, mientras el
travieso Cupido iba con sus flechas haciendo de las suyas por medio mundo, el
Cuerpo General de Bomberos recibió una solicitud de auxilio: las lenguas de
fuego se habían apoderado del almacén de muebles de Freire y Compañía, ubicado
en los números 345 y 347 de la antigua calle Plumereros, en el Centro de Lima.
Entonces, los hombres de rojo de distintas bombas que
operaban en la Lima de esos años se pusieron a trabajar. Les tomó alrededor de
25 minutos dominar el fuego. Pero en eso el “piso alto” [lo que hoy llamaríamos
segundo piso] del vetusto inmueble se desplomó y se llevó con él a los bomberos
que trabajaban tanto arriba como en el primer piso. El hecho los tomó por
sorpresa y dejó como saldo cinco muertos y heridos a otros tantos, quienes
salvaron a las justas de morir asfixiados. Fueron dos derrumbes en total y se
tuvo que pedir ayuda a la Comandancia de Armas para que enviara al Regimiento
de Infantería N° 7 y a los Zapadores, con el fin de poder hacer el “salvataje”
de los cuerpos.
Los cadáveres terminaron de rescatarse a las nueve de la
mañana del domingo 15. Entonces corrió por la ciudad los nombres de los nuevos
mártires. Se llamaban Juan Acevedo, Eleazar Blanco y Carlos Vidal, capitán,
teniente y subteniente, respectivamente, de la bomba Cosmopolita; Pedro Torres
Malarín, seccionario de la bomba Salvadora Lima, y Juan Ochoa, seccionario de
la France.
El que padeció la agonía más larga fue don Carlos Vidal. Sus
compañeros no borraron nunca sus palabras, “¡Mátenme, por favor!”, clamaba
mientras lo rescataban, con mucho trabajo, de debajo del desmonte y de los
tablones que aprisionaban su cuerpo mientras él gritaba desgarradoramente de
dolor. Vidal falleció en el hospital Dos de Mayo la tarde del domingo 15. La
ciudad se vistió de luto. Nadie tenía cabeza para pensar en los carnavales,
para pena del festivo Rey Momo que llegaba cada año.
Entrenamiento de bomberos en la Plaza Mayor de Lima. Foto de 1895: Archivo Histórico del Diario Oficial El Peruano. |
MULTITUD EN SEPELIO
Tras conocerse los hechos, el presidente de la Junta
Nacional de Gobierno, David Samanez, y el alcalde de Lima, Luis Antonio
Eguiguren, entre otras autoridades, enviaron sus pésames al comandante general
de la Compañía General de Bomberos, Federico M. Schiaffino.
El burgomaestre Eguiguren apuró una misiva dirigida “a las
instituciones propietarias de fincas, a los bancos, a los capitalistas,
compañías de seguros y a las personas de bien” para que remitieran su “óbolo
generoso” a favor de los deudos de los cinco mártires. Momentos difíciles; por
eso el director de la Sociedad de Beneficencia Pública, Gerardo Klinge, anunció
que su institución cedía a perpetuidad “cinco nichos de mármol” en el
Cementerio General de Lima.
La edición de La Crónica del martes 17 de febrero, en cuya
portada se reproducían los rostros de las víctimas y la capilla ardiente
erigida en el cuartel de la Bomba Lima, mostraba las imágenes del
multitudinario sepelio.
Mientras, la revista Variedades del 18 de febrero, en su
editorial que es muy probable que haya redactado su director de aquel entonces,
Ricardo Vegas García hablaba sobre ese tema que parece permanente en la
agenda de los bomberos voluntarios: el desamparo en que quedaban sus familias y
recordaba que era letra muerta la ley de 1901 que establecía subsidios para los
casos en que los bomberos fallecieran laborando en siniestros. Los subsidios
serían abonados por las juntas departamentales. “No conocemos ningún caso en
que esa ley haya sido puesta en vigencia”, reclamaba Vegas.
Los cuerpos de los cinco héroes del Cuerpo General de
Bomberos, primero, fueron trasladados a la compañía a la que pertenecía cada
víctima; luego, los llevaron en olor a multitud a la Bomba Lima, donde no solo
se les colmó de ofrendas florales, sino también todo el “vecindario” de Lima,
gente de todos los estratos sociales, llegó para despedir a sus bomberos.