Una luna que es crónica intensa, viajera y reflexiva




Escribe: José Vadillo Vila.-

"No hay nada más brutal, más cruel que entender que podría haber sido tantos otros. / Y a veces, el alivio", escribe Martín Caparrós en las primeras líneas de Una luna. Diario de hiperviaje (Barcelona, editorial Anagrama, 2009). Ese tono reflexivo y de nuevo el viaje se mantiene a lo largo de las 181 páginas de Una luna, que debe de ser uno de los mejores libros de viajes de la década que pasó porque conjuga una pluma sin igual y a la vez reflexiona y cuestiona.

El pretexto inicial de la narración es el trabajo que le encarga al cronista argentino el Fondo de Población de las Naciones Unidas para viajar durante 28 días buscando y entrevistando a jóvenes migrantes. 

Caparrós, en lo que dura el ciclo de la Luna sobre los cielos, salta de país a país, de cultura a cultura; con las antenas alertas, el cuaderno de notas siempre listo. Se va así por lugares tan apartados como Kishinau, Monrovia o Lusaka y los lados "b" de las ciudades estrella del Primer Mundo (léase París, Ámsterdam o Madrid).   

Esa diversidad, las esperas, la cotidianidad le inspiran reflexiones sobre temas globales: el higienismo, la guerra, el sexo, los jóvenes sin porvenir, el cambio, la historia, la escritura, el periodismo, el imperio de China, Argentina y, sobre todo, África en su crudeza. Claro, sin perder el contarnos las historias de los inmigrantes. Es un viaje de cronista sincero, con todo lo que harta del viaje, con todo lo loable de una pluma implacable e impecable.     

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