Tilsa, 30 años de eternidad
La pintora que fue síntesis de las tradiciones orientales y peruanas falleció el 23 de setiembre de hace 30 años. Su arte es cima de la pintura peruana de la segunda mitad del siglo XX. (*)
Escribe: José Vadillo Vila
Fotos: Archivo Histórico del Diario Oficial El Peruano
Monstruosa belleza. Seres que miran su propio
universo. Mujeres de belleza tórrida y desafiante. Peces y otras quimeras
nacidas de los mitos porque “los mitos representan una verdad, una forma de
vida más pura que quisiera recuperar. Para mí, los mitos son una realidad”,
explicó su creadora, que dio el primer grito de vida en el puerto de Supe
mientras su madre, descendiente de chinos y andinos, leía a Tirso de Molina y
su padre, el médico japonés Yoshigoro Tsuchiya, corría a llamarla Tirsa, pero
oyeron Tilsa, y así quedó. Mejor. Única. Tilsa Tsuchiya (1929-1984).
Japonesita frágil, diminuta, delgadita y
burlona. “Aparentemente muy frágil pero con una voluntad de trabajo increíble”,
explica en el documental de Carlos Fernández Loayza el crítico de arte Alfonso
Castrillón. Era modesta, lo que se confundía con hermética.
“La pintura, como el arte, no es de élite. La
expresión no es patrimonio de unos cuantos; es fruto del hombre y, como tal,
para todos los hombres”, respondía allá por los setenta. Tilsa solo hacía un
boceto a lápiz y papel, y después lo plasmaba sobre el lienzo, utilizando solo
un único pincel.
Señalaban el Mito del pájaro y las piedras y
decían que era erotismo. Ella respondía que “pintaba para entender”. Que pintó
peces y luego el amor, comprendido más allá de la relación hombre-mujer.
“Estoy pintando el mundo que va a venir.
Estamos yendo hacia ese mundo. Por eso mis mundos comienzan con seres
estatuarios, porque no se puede entrar en ese mundo entrando de manera normal”,
le explicaba a su amigo, el poeta José Watanabe, quien le prestaba libros de
haikus.
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Ya a los ocho de edad dibujaba en cuadernos. Y
en 1954 plasmó su primer óleo, en el que reflejaba las calles del Barrio Chino
de Lima, donde vivió su infancia. Cinco años después, en un cafetín del Rímac,
hizo su primera exposición, y Sebastián Salazar Bondy escribió su columna
periodística impresionado por los trazos de esa joven de rasgos orientales y
andinos.
“Tilsa hace visible la realidad de sus sueños
y lo hace con arte maduro y refinado al que, en modo alguno, no puede ser ajeno
el legado de sus ancestros orientales ni el de nuestra propia cultura, que es
también suya”, reflexionaba el poeta Javier Sologuren en 1976.
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Cuenta su biografía que cuando en 1950 entró
en la Escuela Nacional de Bellas Artes tuvo entre sus maestros a Carlos Quispe
Asín y Ricardo Grau. Y formó parte de una generación indispensable para la
plástica nacional junto con Gerardo Chávez, Milder Cajahuaringa, Alberto
Quintanilla y otros.
Egresó con la medalla de honor. En 1960 partió
a París, donde se casó y tuvo a su hijo, Gilles. A fines de los sesenta obtuvo
sus primeros premios en el Perú y en 1970 el prestigioso premio Tecnoquímica. En
1973 se radicó definitivamente en Lima y marcará la pintura peruana de los
setenta.
Y Tilsa se murió un día mágico, 23 de
setiembre, poco tiempo después de ver en Petroperú la retrospectiva de su obra.
Se fue demasiado joven, de cincuenta y pico años, producto de un cáncer. Nos
dejó la revolución de su plástica de la mitad del siglo XX.
Inspirado en su trabajo, el poeta Arturo
Corcuera escribió: “Yo la he visto morir naciendo a mares, / deshacerse en la
nada hasta volverse todo, / reencarnarse en la cresta de una ola, / emboscarse
en la copa de los árboles, / abrazarse sin brazos a un piano de cola”.