Hechicero de las palabras
Poseído por "la solitaria" o el vicio de escribir, el Nobel de
Literatura 2010 ha
construido un universo narrativo, donde la novela es solo una de las aristas
literarias del planeta Vargas Llosa. (*)
Escribe: José
Vadillo Vila
El mejor Vargas Llosa es un promiscuo de las letras: novelista,
ensayista, crítico literario, reportero. El "embrión de escritor",
como lo llama J. J. Armas Marcelo, estaba en el joven arequipeño que a la vez
que estudiaba en la universidad de San Marcos tenía siete pequeños empleos por
toda Lima, la horrible. Ese Varguitas de 18 años, casado en primeras nupcias
con la treinteañera Julia Urquidi, se recurseaba, diríamos en el argot actual,
y aún así, tenía el norte de ser escritor, y aparecen en la prensa peruana sus
dos primeros relatos, pero su meta era Europa. El "embrión" también
estaba en el cadete adolescente que durante sus dos años en el colegio Leoncio
Prado escribía cartas de amor y novelitas pornográficas con "muy buen
mercado entre sus compañeros".
Eran mediados de los cincuentas cuando logra ganar la desaparecida beca
para estudiar un doctorado en Letras en la Complutense de Madrid, que otorgaban
el Banco Popular y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Entonces la
capital española era "una aldea", rememoraría el escribidor, con el
sello de la censura franquista impuesta sobre las Letras, pero fue ese 1958,
allá, donde tomó la determinación de ser escritor. Allá, publicó su primer
libro de relatos, Los Jefes. Luego pasaría seis años en París.
"Vargas Llosa trabajó en París hasta levantar los cimientos del mito (...)
Ni la bohemia ni otras luces parisinas estropearon una vocación a prueba de bomba,
fabricada contra viento y marea por un temperamento muy difícil de doblegar en
sus criterios. París lo vio crecer por dentro y por fuera", recuerda J. J.
Armas en Vargas Llosa. El vicio de escribir (2008). El resto es
historia.
"Vargas Llosa trabajó en París hasta levantar los cimientos del mito (...) Ni la bohemia ni otras luces parisinas estropearon una vocación a prueba de bomba, fabricada contra viento y marea por un temperamento muy difícil de doblegar en sus criterios. París lo vio crecer por dentro y por fuera".
LE LLAMABAN
CADETE
El diplomático y escritor chileno Jorge Edwards recordaba a ese joven de
veintitantos años que conoció en la Ciudad Luz, "notablemente
inteligente" y que había "leído muchísimo, sobre todo para su
edad". "Nadie, al verlo, habría podido sospechar siquiera que se
encontraba frente a un gran escritor, que ya tenía en sus cajones el manuscrito
de lo que pronto sería un nuevo clásico latinoamericano, La ciudad y los
perros", decía Edwards de Vargas Llosa, con quien lo une una amistad
de medio siglo. Y el mexicano Carlos Fuentes, que también llegó por esos años
sesentas a Paris, inspirado en la primera novela vargasllosiana rebautizaría al
escritor peruano como "el Cadete".
Pero la leyenda también empezó cuando el novelista nacido el 28 de marzo
de 1936, a
los cinco años de edad aprendió a leer en la clase del hermano Justiniano, en
el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). "Es la cosa más
importante que me ha pasado en la vida (...) La lectura convertía el sueño en
vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el
universo de la literatura", recordó Vargas Llosa en "Elogio de la
lectura y la ficción", el discurso que dio como Nobel de Literatura el 7
de diciembre de 2010 en Estocolmo, Suecia.
ANIMAL
LITERARIO
El animal literario empezó a tomar forma también muchos años antes del
MVLL universitario, cuando también formaba su pasión periodística (ver artículo
de Juan Gargurevich en esta edición) en 1952 cuando en Piura cursaba el quinto
de media, trabajaba en La Industria y presentó su primera obra para el teatro, La
huida del inca.
Aunque no gusta de participar en esas encuestas en las que un grupo de
escritores deciden quién es el mejor y el peor narrador de un país, por ejemplo
("las encuestas las hace el tiempo en la literatura", ha dicho), MVLL
se ha convertido en un derrotero. Es un espejo. Un árbol bajo cuya sombra
generaciones de escritores sueñan y hacen realidad la idea de convertirse
"escritores profesionales" en América Latina, sociedades con bajos
niveles de lectura, claro está. Tal como en su momento, él hizo propias las
palabras de Flaubert: "Escribir es una manera de vivir". También le
llama "la solitaria", al misántropo oficio de la escritura.
Vargas Llosa lo pontificaba desde sus tempranos años. El editor Carlos
Barral lo fue a visitar en París, y lo recordaba en éxtasis creativo,
prefiriendo la sobriedad de los vasos de leche, de que las musas sólo sean de
papel, y volver a enamorarse con el "extraño ritmo de pulsaciones y
silencios", que daba a la máquina de escribir. O aquella del novelista
español Juan García Hortelano que recordaba aquella vez que fueron a veranear
varios escritores a la casa de Barral en Calafell, Tarragona: Vargas Llosa
continuaba repiqueteando con su máquina de escribir mientras el resto de los
escritores gozaba del sol y el descanso.
El crítico alemán Wolfgang A. Luchting
describió a ese Vargas Llosa de los primeros sesentas: "Es bien educado,
sobremanera cortés, entretenido y aparentemente sencillo y cordial en el trato
personal, extremadamente sensato y circunspecto, intensísimo cuando de
problemas literarios se trata, no es provinciano (como, en sus opiniones, son
tantos peruanos), es disciplinadísimo, ascético, ordenado, trabajador,
verdaderamente adicto a la literatura".
En su famoso discurso de 1967, cuando en Caracas recibió el Premio Rómulo
Gallegos por su segunda novela, La casa verde, "La literatura es
fuego". Entonces reivindicando en "el fantasma silencioso" de
Carlos Oquendo de Amat la pasión a que es capaz un hombre por las letras, delimitó
los nuevos senderos de esa generación de escritores que el tiempo y la
mercadotecnia de editorial, después bautizaron como el "boom
latinoamericano":
"Nuestra vocación ha hecho de nosotros, los escritores, los
profesionales del descontento, los perturbadores conscientes o inconscientes de
la sociedad, los rebeldes con causa, los insurrectos irredentos del mundo, los
insoportables abogados del diablo. No sé si está bien o si está mal, sólo sé
que es así. Esta es la condición del escritor y debemos reivindicarla tal como
es. En estos años en que comienza a descubrir, aceptar y auspiciar la
literatura, América Latina debe saber, también, la amenaza que se cierne sobre
ella, el duro precio que tendrá que pagar por la cultura. Nuestras sociedades
deben estar alertadas: rechazado o aceptado, perseguido o premiado, el escritor
que merezca este nombre seguirá arrojándoles a los hombres el espectáculo no
siempre grato de sus miserias y tormentos", escribió entonces.
El mensaje/manifiesto vargasllosiano circula en el ciberespacio para que
la atrape al próximo novelista. Aunque Jorge Mario Pedro Vargas Llosa sabe que
esas ideas que pontificaba el filósofo y escritor francés Jean Paul Sartre -que
la literatura además de crear mundos de fantasías para emocionar nos sirve
también a los lectores para formar una mejor comprensión del entorno
socio-político-, aquellas que marcaron a los escritores de todo el mundo en los
años sesenta, son de otro contexto. "Una época no está poblada únicamente
de seres de carne y hueso; también, de los fantasmas en que estos seres se
mudan para romper las barreras que los limitan y frustran", escribió en La
verdad de las mentiras.
"Hoy, las nuevas generaciones de escritores suelen rechazar (la idea
sartreana), que no hay que pedirle a la literatura más cosas que las que puede
dar. Siempre me ha quedado esa obligación que al mismo tiempo que contar una
historia bien contada, que en esa historia hay algo más que el puro placer
maravilloso que nace de la pura literatura", dijo Vargas Llosa esta semana
cuando se reunió con sus seguidores para celebrar los 50 años de su primera
novela, La ciudad y los perros. Y también lo señaló en La
civilización del espectáculo (2012), con otras palabras: "La
posmodernidad ha destruido el mito de que las humanidades humanizan".
"Nuestra vocación ha hecho de nosotros, los escritores, los profesionales del descontento, los perturbadores conscientes o inconscientes de la sociedad, los rebeldes con causa, los insurrectos irredentos del mundo, los insoportables abogados del diablo.
CRÍTICA
LITERARIA
En el caso de la crítica literaria, el primer gran trabajo no es su tesis
de bachiller (Bases para una interpretación de Rubén Darío, dado a
conocer en 2001 por el Fondo Editorial de la UNMSM), y del cual dice Vargas
Llosa tuvo la culpa Luis Alberto Sánchez, su maestro universitario. Sino aquel
dedicado a su examigo y también miembro del boom latinoamericano y Nobel de
Literatura, como él, el "Gabo". García Márquez, Historia de un
deicidio (1971), habla de un primer momento de su crítica literaria con
repercusión internacional.
Pero su trabajo académico le ha obligado a volver a los escritores que
admira con lecturas más racionales, lo que le ha permitido elaborar ensayos
sobre Gustav Flaubert: La Orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary, sobre Víctor Hugo, La
tentación de lo imposible, o aquel de un acercamiento al universo de Juan
Carlos Onetti, El viaje a la ficción.
Se dice que José María Arguedas reflejó mejor el Perú de la primera mitad
del siglo XX y Vargas Llosa hizo lo propio con el Perú de la segunda mitad del
siglo pasado. Pero la mirada vargasllosiana que hizo sobre el escritor
apurimeño en La utopía arcaica (1996) levantó polvo en la
intelectualidad peruana: "Fue un hombre bueno y un buen escritor, pero
hubiera podido serlo mucho más si, por su sensibilidad extrema, su generosidad,
su ingenuidad y su confusión ideológica, no hubiera cedido a la presión
política del medio académico e intelectual en el que se movía para que,
renunciando a su vocación natural hacia la ensoñación, la memoria privada y el
lirismo, hiciera literatura social, indigenista y revolucionaria",
escribió el Nobel.
Se trata de un Arguedas que Vargas Llosa conoció de primera mano, se
cartearon, y volvía a su legado literario. "Entre los escritores nacidos
en el Perú es el único con el que he llegado a tener una relación entrañable,
como la tengo con Flaubert o Faulkner o la tuve de joven con Sartre. No creo
que Arguedas fuera tan importante como ellos, sino un buen escritor que
escribió por lo menos una hermosa novela, Los ríos profundos, y cuyas
otras obras, aunque éxitos parciales o fracasos, son siempre interesantes y a
veces turbadoras".
Si bien Mario Vargas Llosa admite la importancia de la lectura del
norteamericano William Faulkner en su narrativa -sobre todo en su etapa
experimental con La casa verde- y de considerarlo, que no fue un
alumbramiento de juventud, sino que con las relecturas lo nota más como un
excelente narrador, no se anima a escribir sobre el autor de El sonido y la
furia, un libro de ensayos.
Vargas Llosa es admirador del norteamericano Edmund Wilson, quien
"hizo un tipo de crítica que admiro mucho y que considero necesaria (...)
Hablo del ejercicio del crítico que es puente entre la literatura viva y el
lector, el crítico de revistas, de periódicos, que sigue la actualidad a la vez
que la ordena, discrimina, establece jerarquías, orienta al lector en el bosque
de la proliferación bibliográfica", cuenta en una entrevista recopilada
por Alonso Rabí do Carmo en Animales literarios (17 entrevistas) (Lima,
Aguilar, 2008). MVLL declara que esta crítica la realizaron en Iberoamérica el
uruguayo Ángel Rama, el chileno González Vera, "críticos
practicantes" como Octavio Paz, Azorín, Ortega y Gasset.
En yuxtaposición, el escritor arequipeño pone a la crítica universitaria:
"se ha vuelto casi esotérica, aquella que usa a la literatura como un
pretexto para desarrollar teorías semiológicas, lingüísticas o filosóficas y
que llega muchas veces al oscurantismo, a la verborrea, a un sectarismo que la
hacía completamente artificiosa. Eso no me interesa nada (...) Mucha de esa
crítica llega a una palabrería y a una retórica tramposa que no explica la
literatura; se convierte sólo en un vehículo para la vanidad".
(*) Publicado el viernes 30 de noviembre de 2012, en el semanario Variedades del diario oficial El Peruano.