LA VIDA TRAS BAMBALINAS
La vida en los circos empieza después del almuerzo y termina
al bordear las 11 de la noche, después de la última función, cuando solo queda
el eco de los aplausos, restos de palomitas de maíz entre los asientos y los
cañones de luz bostezan sombras.
Los artistas van llegando por la tarde a la carpa de
Chorrillos de La Tarumba, de acuerdo con el horario, con el fin de realizar sus
rutinas, según sus necesidades para perfeccionar sus actos en la carpa-camerín.
El que hace “fajas” nos recibe suspendido en el aire. Los
músicos afinan los instrumentos y prueban el sonido. Los acróbatas hacen
estiramientos de rutina o empiezan a trabajar nuevas rutinas, como el acróbata
y trapecista Jesús Quintanilla, que entrena un número de antipodismo (malabares
con los pies) aprovechando que uno de los dos extranjeros del elenco, Ángel, es
un profesional en la materia.
Quien trabaja con caballos sale de la carpa de calentamiento
y entrenamiento equino hacia el ruedo, donde un par de horas más tarde empezará
Ilusión, como se llama el nuevo espectáculo de La Tarumba.
Deporte, arte y rotación
El circo es básicamente deporte y arte. Entonces, entrenar
permite que el artista crezca en escena y evite lesiones. Los sobrepesos se
curan con relativa facilidad cuando el acróbata quiere realizar determinados
actos y se da cuenta de que los kilogramos demás juegan en su contra. Parte del
trabajo. Y luego, a preparar la siguiente temporada.
Fernando Zevallos, el director artístico del colectivo
circense, desvela el secreto para mantener la frescura escénica: la rotación de
artistas y de bestias. “Es algo que hemos aprendido con los años y cada año
ponemos la valla más alta”.
Son más de 30 artistas en escena y 18 caballos en esta
temporada. Cada día trabajan 8 o 10 animales. Los rotan a diario. Hay 25 posibilidades
que pueden barajar para los 14 números del espectáculo de cada función.
“Una ventaja que tenemos por ser un circo peruano es la
manera de comprometernos. En esta parte del mundo hay más pasión y podemos
diseñar espectáculos un poco más pretenciosos en cuanto a atmósfera. Hay otros
circos que tienen muchos valores, como el de la Chola Chabuca, que no es
simplemente el personaje de televisión que aprovecha la oportunidad de negocio;
Ernesto Pimentel es un apasionado del circo. Lo hace con respeto”, dice
Zevallos.
Ética de payasos
Los rusos se refieren al circo, con justicia poética y
dominio de oficio, como “la madre de todas las artes”. Y los tarumbos lo
suscriben: cualquier arte que se sume al circo debe estar en armonía con los
demás elementos de este.
Porque en suelo moscovita y tierra de incas, el arte
circense también sirve para cuestionar a la sociedad. Reír para aguantar mejor
los contextos.
Cuando se difundieron los vladivideos, La Tarumba presentó
una versión del Fausto de Goethe, cuando parte de la clase política vendía,
como el iluso doctor Fausto, su alma a Leviatán. Ahora, en Ilusión, la figura
se extrapola: es un grito para no apagar los sueños de los niños.
Prepararse a futuro
Hay muchas similitudes entre el artista de circo y el
deportista. Ambas no son carreras de largo aliento. Si alguien a los 20 años
era genial saltando sobre la cama elástica, haciendo malabares o monociclos, a
los 30 no será lo mismo. Entonces va interesándose en otras disciplinas del
circo, para que cuando llegue el momento pueda seguir en el circo, desde otro
ángulo.
Lo sabe Carlos Olivera, coprotagonista de Ilusión, que hace
de “abuelo”. Estacionó el monociclo y desarrolló más su lado actoral.
“Diversificarse sin perder la pasión por el mundo del circo”, dice Zevallos.
Ética circense
Más del 90% de los artistas son peruanos y pertenecen a la
Escuela Profesional de Circo de La Tarumba. “Es interesante porque se pue-de
trabajar un perfil de artista solidario, respetuoso por el espacio escénico y
que piensa en el bien común. Cuando trabajas con artistas de distintas escuelas
y condiciones, es complicado tener un equipo sólido”.
Y en la escuela se trabaja mucho la ética. ¡Sí, los payasos
tienen ética! “Nosotros debemos ser éticos desde la disciplina diaria hasta la
presentación ante el público. Hay una responsabilidad con el espectador, en
general, y con los niños, en particular: no tendría sentido que el niño que
acaba de ver a algunos personajes, los vea luego tomándose un trago a la vuelta
de la carpa”.