La memoria gozosa
En el Día de Todos los Santos se recorre lo panteones. Lo
que sucede en los cementerios populares limeños como el de Nueva Esperanza y
Los Sauces, donde se celebra con música, platos típicos, danza y juegos, es una
forma de mantener vigente la memoria de los que ya marcharon. (*)
Escribe: José Vadillo Vila.-
1. Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar,/
que es el morir, escribió el poeta Jorge Manrique, en el siglo XV. Y ese verso
que pertenece a las Coplas a la muerte de su padre, es ya un lugar común. En el
mismo tono, otro verso igual de popular, pero más sabroso, llegó 500 años después
con Willie Colón y Héctor Lavoe: “Todo tiene su final, nada dura para siempre”,
pontificaban ese binomio no repetido de la salsa. Desde el lindo clavel hasta el campeón mundial tienen “su
marchito perecer”.
El culto a la muerte –la guadaña ineludible con nombre
femenino– no vino en los galeones españoles ni con la difusión de la cruz como
creencia. Está enraizado en la cultura peruana desde los tiempos precolombinos.
Ya los orfebres del norte del país daban entre uno de los significantes de la
plata la simbolización del mundo del más allá. Y en cada celebración, las
panacas incaicas sacaban en andas a sus momias, sus antepasados. La extirpación
de idolatrías trató de doblegar estas costumbres, solo cambiaron con el tiempo
y el sincretismo.
2. La fuerza de la tradición permanece. El día de “Todos los
Santos” es uno de los feriados más respetados: la población cumple con el fin
de honrar a los muertos, y el tráfico que se arma en las zonas cercanas a los
camposantos, es un referente.
Cada 1 de noviembre, los danzantes de tijeras son muy
solicitados en los cementerios populares por huancavelicanos, ayacuchanos y
apurimeños. O se escuchan los saxos de pequeñas orquestas huancaínas mientras
algunos se animan a zapatear huaylarsh y huainos mientras comen un rico puca
picante, cuy chactado, chicharrones, tallarines con chanfainita, picarones,
combinados de mazamorras y arroz con leche, ¡hasta pachamanca!, que eran los
platillos que gustaban al difunto y brindan con espumante cerveza, tal como
también le gustaba al familiar o amigo ya partido.
Para los músicos no es una costumbre trastocada. En
provincias es la misma costumbre: honrar a los muertos con lo que más le
gustaba. Como para asegurarse que a uno también lo visitarán cuando estemos al
otro lado.
Y al lado, en el mismo cuartel, puede haber un hombre
solitario con su radio a pilas escuchando una cumbia, puneños bailando
diabladas, o un dúo de música criolla soltando por unos soles un par de valses
eternos ante un nicho. Alrededor de todo, hay oferta de juegos y juguetes para
niños, venta de velas, flores, bebidas espirituosas heladas, platos típicos,
llaveritos religiosos, globos alusivos a los clubes deportivos más populares,
venta de coco “yarina” para los dolores de cabeza y quitar el susto, alquiler
de urinarios improvisados y también de grupos de oración, que le rezan al
difuntito.
3. Mientras en el Centro de Lima, ayer, el Cristo Morado
hacía una breve salida por las inmediaciones del templo de las Nazarenas, la
imagen descrita se repetía sobre todo en los cementerios populares, esos que al
ritmo de las migraciones, con el empuje de los años del siglo pasado, fueron
adueñándose de los cerros pelados donde era más accesible enterrar, sin
sobresaltos para el bolsillo, a sus difuntos.
En Lima son casos el panteón municipal Nueva Esperanza, al
sur de la ciudad, considerado uno de los más grandes de América Latina con sus
64 hectáreas donde conviven mausoleos modernos y fastuosos con montículos de
piedra sin nombre, olvidados por el polvo de los años. O el cementerio Los
Sauces, en San Juan de Lurigancho, de similares características. En estos
camposantos populares, en el día de “Todos los Santos” casi nadie llora, todo
es alegría y vida, aunque suene a paradoja.
Inclusive hay turistas
que vienen porque en sus países el 1 de noviembre se celebra compungidos, en
silencio, como manda la tradición católica.
Las celebraciones empezaron a las ocho de la mañana y
seguirán hasta después de las seis de la tarde. Continuarán todo el fin de semana
para aquellos que no pudieron visitar a sus muertos. Y recordarlos con el fuego
de la memoria y la vida.
(*) Publicado el jueves 01 de noviembre de 2012, en el diario oficial El Peruano.