Mil oficios de altamar
En un buque de guerra, hombres y mujeres cumplen varios
roles: además de las maniobras militares, cocinan, lavan y limpian. Conozcamos un poco de la vida en el "Cazador del mar", BAP Quiñones.
La oficial de mar tercera Eliana Campos en los motores del BAP. |
El soundtrack, la música de fondo que acompaña las misiones en alta mar de una
fragata misilera como el BAP Quiñones, bautizada como el 'Cazador del mar', es
el sonido de los motores y turbinas. De día y de noche. Acompaña los sueños, mientras las literas
se mecen al ritmo de las olas, de los nudos en la velocidad, allá en los
habitáculos de los oficiales, de los oficiales de mar y del personal
subalterno, y también está omnipresente durante las tareas que se hacen en las
guardias de cada seis horas.
Pero el sonido de los motores no es monocorde. “Los motores,
en cualquier momento, te dan una sorpresa y pasa”, dice la oficial de mar
tercera Eliana Campos, quien tiene el oído afinado para detectar estos cambios
y saber que se deben revisar los niveles de agua, que de repente algo se
aflojó. También es indispensable tener buen tacto, me dice, para detectar si se
elevó un poco la temperatura y la máquina pide algo de aceite o, más bien, hay
fuga del líquido viscoso. Campos –aquí todos se tratan por apellidos– es la
única mujer encargada de los motores en el Quiñones (y es una de las 27 mujeres
de la dotación de la nave). Ya va dos años a bordo de este buque, que llegó
desde Italia en 2007. Mejor dicho, dos años en las profundidades de un buque de
guerra.
El buen yantar
Afuera, el mar, el invierno. Adentro, el calor, el balanceo
del mar. “Atención al personal”, es la frase que se repite por los parlantes
cuando se va a dar una orden. Los parlantes son ubicuos, no hay espacio donde
no resuene su voz. A veces dicen: “¡Zafarrancho!”, y es un simulacro que mueve
a todos. Después, están las órdenes cotidianas de rancho o que habrá agua
durante cinco minutos.
El agua aquí es un bien sagrado. Hay una máquina de ósmosis
que transforma el agua salada del mar en agua dulce para lavarse, bañarse con
agua fría y caliente. Hay también tanques de agua dulce y el agua de mar se usa
para los baños.
Suavemente, un MP3 bota alguna canción del Gran Combo de
Puerto Rico. El oficial de mar Toribio Guerrero está vestido de blanco, como si
fuese a jugar tenis. Igual viste su ayudante, el oficial de mar Saavedra.
Guerrero lleva año y tres meses en el Quiñones, y Saavedra, cinco meses.
Guerrero, cuando está en alta mar, a las diez de la noche empieza a amasar los
más de 600 panes que consumen cada día las más de 120 personas que trabajan en
la fragata misilera. A las cinco de la mañana, Guerrero y su ayudante tienen
que empezar a sacar los panes horneados listos para la ranchería en la camareta
de oficiales, las de oficiales de mar primero y el comedor de la tripulación.
Miguel Cardoza es el técnico de logística. Tiene que saber
cuántos días se van a la mar para organizar los productos y el rancho:
desayuno, almuerzo y cena. En ese universo de pasadizos y escotillas, los tres
frigoríficos se encuentran un par de pisos más abajo que la panadería. Cardoza
se acomoda los lentes mientras nos lleva a ese, su frío reino. Ahí se almacena
el pescado a 30 grados bajo cero, las carnes y los pollos a menos 15, las
verduras a menos 5. Sí, una fragata misilera no es un vehículo turístico, no se
puede detener a pescar, salvo excepciones, cuando se apagan los motores, que no
es lo común. Por eso, el pescado se lleva frío para variar un poco la dieta
diaria.
Walter Espinoza sonríe también acompañándose con una radio
MP3. Es segundo oficial de mar y cocinero principal del Quiñones. En este buque
de la Marina lleva un año. Desde las ocho de la mañana hasta el mediodía, como
un director de orquesta, comanda a los dos cocineros y cinco ayudantes que se
necesitan para alimentar a todos a bordo. Se pelan papas, se cortan cebollas y
carnes; la labor se facilita con las ollas industriales, para que todo esté a
tiempo. Arriba de ellos, también el parlante sigue reproduciendo las órdenes
todo el día.
El oficial de mar segundo Rommel Fung trabajando en altamar. |
Otros oficios
“Todos hacemos dos o tres funciones cuando estamos en alta
mar”, me explica César Robles. Lleva 17 de sus 23 años en la Marina como
peluquero. Desde hace cinco está “embarcado”. Me lo encuentro en la cubierta
vestido de rojo. Los parlantes han dicho: “¡Zafarrancho de operación con
helicóptero!”, y una de las funciones de Robles es ser parte del equipo de
auxilio por si se presenta una eventualidad en los helicópteros que aterrizan
por el lado de la popa. Luego, cuando termina su turno, tiene también horarios
fijos para cortar el cabello a todos, desde el oficial de más alto rango hasta
el grumete recién llegado.
El oficial de mar segundo Rommel Fung Borda trabaja en otro
extremo de estos laberintos dominados por escotillas, cientos de cables, tubos
y luces amarillas. Es el único encargado de poner 'tiza' la ropa de toda la
dotación. Me dice que sí, que él también cumple otras labores en las maniobras
militares. Por mientras, tiene sus horarios y sus días para recoger la ropa y
luego se pone a planchar. Esa tarea la repite en alta mar de lunes a viernes.
Sin estas actividades, el trabajo en alta mar de los
militares tampoco podría llegar a buen puerto. O como dice el técnico
supervisor de fragata Carlos Merma, quien con seis años es el más antiguo de
esta unidad naval, la vida de los marinos es alejada de tierra y la familia. A
veces se navega por uno o dos meses; entonces, hay que hacer guardias, reunirse
en los casinos de técnicos y oficiales, ver películas en devedés, escuchar
música y luego descansar para volver fresco a la siguiente guardia. En el
barco, ellos son “una familia naval”.