El Vallejo que reía
Él cantaba y bailaba huainos mientras
cocinaba. Él se llamaba César Vallejo y gustaba de comer bien, vestir elegante.
Se trata de una imagen distinta del vate melancólico la que os presenta
en su investigación el periodista y poeta Reynaldo Naranjo. De paso, reivindica
a Georgette, la leal compañera combativa. (*)
Escribe: José Vadillo
Vila
En su foto más famosa, el bardo apoya sobre el poyo del bastón el brazo derecho. La mano sostiene su rostro meditabundo desde el mentón y el rictus de la cara es triste, tristísimo.
Esa imagen del poeta de melancolía humana y perpetua ha
perseguido a Vallejo como su propia sombra, orillando su grandeza. Y ha
inspirado, cómo no: el vigoroso narrador chileno Roberto Bolaño se inspiró en
la poesía y ese rostro siempre –supuestamente- de eterna tristeza vallejiana
para componer la novela Monsieur Pain
(1999).
Reynaldo Naranjo García, poeta y periodista, alza la voz
desde su casa en Surquillo. Él, que ha tenido la suerte de ver la secuencia
completa de la famosa fotografía de Vallejo, dice que en la toma última el
autor de Poemas humanos “se burla de su propia impostura”.
“Vallejo hizo una escenografía de sí mismo; le gustaba
hacer muchas bromas”, explica Naranjo, autor de César Vallejo en el siglo XXI,
libro que va por su segunda edición. La portada es una imagen inicua del poeta
de Santiago de Chuco: va vestido de dandy.
“Me dije que la figura de Vallejo debe de cambiar: si en el
siglo XX, Vallejo se murió de hambre; en el siglo XXI no podemos mantener esa
estampa que es indignante, han hecho un Vallejo espantoso; eso indignaba a su viuda,
Georgette”, cuenta el periodista limeño. La figura del poeta pobre y
hambriento, que murió de tuberculosis, todavía se mantiene entre los escolares
y los profesores de colegios. “Quienes han difundido a Vallejo le han hecho un
daño terrible. Un poeta puede escribir sobre algo poniéndose en el lugar de
otro para escribir, asumiendo personajes y luego, de esa experiencia que es
terrible y difícil, vuelve a ser la misma, el escritor”, recuerda Naranjo.
En su libro, Naranjo García sigue las pistas del poeta en
Europa, desde que llegó a París en julio de 1923 hasta el 15 de abril de 1938,
cuando muere “un día del cual tengo ya el recuerdo”, como pronosticaba el
propio bardo en su poema “Piedra negra sobre una piedra blanca”.
Se trata de una investigación que Naranjo hizo en 1978, con
auspicio de la Unesco, y que solo se publicó parcialmente en revistas europeas
hasta verse finalmente como libro a más de 30 años después. Una de las razones
porque nunca las publicó es que en el camino se fueron perdiendo muchas
fotografías, en París, en Madrid. Aun así, pudo rescatar mucho material, por
ejemplo, del archivo particular de Raúl Porras Barrenechea. "Se me hizo un
mundo, pero logré rescatar bastante". También tenía fotografías de su
álbum familiar, que le dio la artista Elsa Henríquez, hija de la bailarina
cusqueña Helba Huara, esposa del puneño Gonzalo More, gran amigo de Vallejo.
“El asunto es que con los testimonios, fui descubriendo a
otro Vallejo. No el que me había llevado del Perú”, cuenta. Henríquez, por ejemplo,
había visto a Vallejo desde jovencita en el ambiente familiar y fue pareja del
famoso Emile Savitry (1903-1967), conocido como “l fotógrafo de Montparnasse”,
quien haría las imágenes posmórtem de Vallejo y la máscara mortuoria. Imágenes
que sobrecogerán a Pablo Picasso para hacer tres dibujos sobre el bardo
peruano.
Naranjo entrevistó a muchos personajes para armar el rostro
de este Vallejo que sabe reír. Recuerda la odisea de nueve meses en París que
demoró para concertar finalmente una entrevista con el narrador cubano Alejo
Carpentier, que terminó siendo una suerte de dictado: el autor de El siglo de
las luces “no me dejó entrevistarlo, sino que me dictó, con puntos y comas, las
características de Vallejo que a él le interesaban”.
La investigación y el libro le sirven a Naranjo para
reivindicar a algunos personajes cercanos al autor de Los heraldos negros. La
primera es Georgette Vallejo, quien murió en Lima en 1984 en la pobreza.
“¡Georgette es extraordinaria y fuimos injustos con ella!
Tenía un carácter muy fuerte y se molestaba con Vallejo porque tenía amigotes
como Gonzalo More. Ella llegó al Perú en 1951 y se encargó de cobrar los
derechos de todo lo que se publicó de su esposo y todo el mundo hablaba
barbaridades, pero solo reunió dinero para trasladar los restos de Vallejo al
cementerio de Montparnasse, como le había prometido en vida. Porque la tumba en
el cementerio de Montrouge, a las afueras de París, era solo una concesión de
30 años y los iban a incinerar. Entonces con el dinero que junta, Georgette
compra la tumba en Montparnasse y le hace la lápida”.
En los 15 años en Europa, el bardo no era un desconocido.
Cosechó amigos de la talla de Rafael Alberti y Federico García Lorca y era
invitado a grandes reuniones. “Un hombre que no estaba desubicado. Vallejo se
movía a ese nivel y aquí, en el Perú, nadie se entera. No era desconocido”.
“Y la gente habla como si Vallejo nunca hubiese comido. Pero
era muy alegre y en París cocinaba mientras bailaba huaynos y cantaba. Su novia
en Lima, Otilia Villanueva, le enseñó a bailar marinera y de ello hay
referencias en Trilce. ¡Es otro Vallejo, no el que nos contaron!”.
En esta empresa periodística de buscar el rostro real de
Vallejo, Naranjo también reivindica al cajamarquino Julio Gálvez Orrego –sobrino
de Antenor Orrego–. “El chino Gálvez”, como le decían, llega a Lima para
embarcarse a París en primera clase, se entera que Vallejo había sido despedido
del colegio Guadalupe y cambia su boleto por dos de tercera categoría para
invitar a su amigo a enrumbarse a Europa.
Se conocían del Grupo Norte, en Trujillo, donde Gálvez
Orrego sin ser escritor, era “un entusiasta participante”, según también lo
describe Luis Alberto Sánchez, recuerda Naranjo. Era uno de los encargados de
cocinar en los almuerzos del grupo donde se comía cabrito, frejoles, yucas y
siempre se degustaba buen vino. Y Gálvez Orrego se enrolaría como voluntario en
la Guerra Civil Española, lucharía en el frente de los republicanos y sería
fusilado en Madrid. “Así comprenderás también ese poema extraordinario España
aparta de mí este cáliz”, dice Naranjo.
“Tenía buen diente Vallejo”, esa frase también le dijo a
Naranjo la hija de Juan Espejo Asturrizaga, el amigo limeño de Vallejo. Se
frecuentaron desde Trujillo e incluso César se lo llevó a las fiestas de
Santiago de Chuco. Y en Lima, Vallejo se alojaba en casa de Espejo.
Un último aspecto. Durante su estadía en la Ciudad Luz, en
los años setenta, Naranjo pudo acceder a los archivos de la Embajada del Perú
en París. Y buceó durante semanas hasta dar con los cablegramas de marzo y
abril de 1938 que enviaba Federico Mould, de la Embajada, hacia la Cancillería
en Lima, y viceversa, donde se requería y autorizaba el gobierno del Perú
dineros para solventar el pago de médicos, clínica, inclusive a Georgette
Vallejo y el pago a Emile Savitry por sus fotografías y máscara mortuoria.
“Es decir había una preocupación muy grande por Vallejo
desde el Perú”, refiere Naranjo, terminando de bosquejar este Vallejo irónico,
que era bohemio, sabía reír y cocinaba y que también gustaba de vestir bien,
como sus amigos del grupo Norte. Ese también es un Vallejo válido.
* (Publicado el sábado 17 de marzo de 2012 en el diario
oficial El Peruano)