Jaime Guardia: Adiós al amauta del charango



El lunes 18 de julio, a los 85 años de edad, falleció el músico ayacuchano que dedicó más de siete décadas a investigar, componer, recopilar repertorios, estilos y afinaciones. J. M. Arguedas le dedicó su novela Todas las sangres. (*)

Lorito verde, me dicen que tú te vas. Si será cierto tu larga ausencia, dime lorito, ¿por qué te vas?, se preguntaba con su charango que tenía forma de guitarrita; con su voz de barítono mientras rasgueaba las entrañas del pequeño cordófono para arrancarle sonrisas y melancolías.

Jaime Guardia Neyra de Pausa, Ayacucho, ha fallecido. Dejó huérfano a su charango afinado en Mi menor, que lo aguarda en su estuche; a su repertorio de recopilaciones y creaciones. El charanguista más famoso del Perú se hizo eterno la madrugada de ayer. Se supo que desde el viernes pasado estaba internado en el hospital Rebagliati, donde su familia lo había llevado de emergencia por presentar problemas respiratorios.

El 2014 ya había llegado a la unidad de cuidados intensivos del Rebagliati y este marzo, a semanas de haberse calzado los 85 años, había hecho otra visita forzosa al nosocomio. Si bien, su salud estuvo mejorando, estuvo todos estos meses en observación permanente.

Desde Pausa
Don Jaime nació el 10 de febrero de 1933 y aprendió en un charango de molle que le compraron de unos mercaderes huamanguinos. Aprendió al oído, en su pueblo, Pauza, al sur de Ayacucho; lo hizo escuchando y siguiendo a otros músicos; lo hizo mientras cantaba y pastoreaba en la chacra de su abuela, antes de ir a estudiar. Su primer charango tenía cuerdas hechas de tripas de carnero.

Si bien Guardia llegó a Lima por vez primera en 1941, por el problema de la pérdida de un ojo (desde ese capítulo en su vida utilizaría un ojo postizo), retornó a Pauza para continuar los estudios escolares.

Hoy, Guardia es reconocido por su labor en pro del “charango laminado” o charango peruano. Su primo, el normalista Ulises Peve, fue importante para que aflore la vocación musical de Guardia y otros chicos de Pauza, donde era mal visto que los niños toquen guitarra o charango; y donde las familias más antiguas prohibían a sus hijos hablar el quechua. En 1950 volvió a Lima para radicarse definitivamente, aunque los viajes a Ayacucho serían permanentes en su vida, hasta el 2014.

Tenía 16 años cuando debutó en el coliseo Lima como integrante de un conjunto que hacía música de Yauyos. Después sería figura en el coliseo Nacional. Para ello, tuvo que pasar un examen en la Sección de Folklore del Ministerio de Educación a fin de lograr un carné. Los fines de semana era un artista aplaudido y los otros días, para sobrevivir, trabajaba junto a su padrastro. Eran tiempos en que en Lima se miraba sobre el hombro a quien cantaba huainos.

Desde un inicio, Jaime Guardia no se satisfacía solo con un repertorio de huainos comerciales, sino que también siempre buscaba espacios para difundir el yaraví. Y por esa predisposición romántica, el presentador Luis Pizarro Cerrón lo bautizaría como el “Mensajero andino”.

Llevado por la sed de la nostalgia provinciana, en 1951 junto a sus paisanos Jacinto Peve y Luis Nakayama, Guardia formaría Lira Paucina. El emblemático conjunto nació como quinteto, luego continuó como trío y se hizo importantísimo para los círculos de provincianos radicados en Lima. Guardia se tocaba el charango y llevaba la primera voz. A la par, no descuidó su carrera en solitario.

Con la Lira Paucina, el charanguista grabaría uno de sus mayores éxitos, el huaino “Madrecita linda”, de su inspiración: Madrecita linda,/ ¿por qué me has dejado en lo mejor de mi vida?/ En las alas de la muerte te fuiste, / hacia la eternidad, a no volver nunca.

Músico arguediano
La amistad con José María Arguedas duró 17 años y empezó un domingo de 1952 en el coliseo Lima, en el distrito de Breña. El antropólogo y escritor lo buscó en los camerinos después de escucharlo tocar.

Empezaron a hablar en quechua, le abrazó y le dio un consejo que Jaime Guardia mantuvo como su norte musical: “Nunca modifiques tu repertorio para hacerte más comercial, conserva el estilo del pueblo y serás millonario de amigos”.

El músico vio en el escritor una figura tutelar. En honor a esa amistad, llena de anécdotas y cantos a dúo de huainos, k’aswas, araskaskas y harawies, Arguedas le dedicó la novela Todas las sangres (1964), una de las más importantes de América Latina: A Jaime Guardia, de la villa de Pausa, en quien la música del Perú está encarnada cual fuego y llanto sin límites.

Paradojas, Guardia junto al violinista Máximo Damián; el quenista ayacuchano Alejandro Vivanco y los danzantes de tijeras Gerardo y Zacarías Chiara, acompañaron el féretro de Arguedas aquel 3 de diciembre de 1969 hasta el cementerio El Ángel, cumpliendo el pedido que había hecho el escritor andahuaylino antes de suicidarse.

Los aportes
Con su labor de tradicionalista, Jaime Guardia salvaguardó un repertorio que hoy se hubiera perdido. También afinaciones como el temple “baulín” y otros del sur de Ayacucho.

En los años sesenta trabajó en el Departamento de Folklore de la Casa de la Cultura (hoy Ministerio de Cultura), donde registró concursos, festividades y artistas de los pueblos. Después también calificó a folcloristas para entregarles sus carnés y que puedan presentarse en los escenarios.

Como docente del charango, difundió su trabajo en la Escuela Nacional de Folklore José María Arguedas y, en años más recientes, en la Escuela de Música de la PUCP. Sin embargo, fuera de las aulas es donde tuvo más discípulos, tanto instrumentistas como luthieres, que siguieron sus consejos.

Jaime Guardia fue el guardián del charango peruano, que definía de estilo “más cantadito”, más punteado que rasgueado.

“[Los peruanos] hacemos filigranas con el punteo de las cuerdas, es muy difícil, hay que practicar mucho y dedicarse para arrancarle melodías al charango”, me dijo en alguna entrevista. Gloria a don Jaime.


(*) Publicado el martes 17 de julio de 2018 en el Diario Oficial El Peruano.

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