Chapuzón de amor




72 parejas adelantaron los festejos de San Valentín y se dieron el “Sí” en matrimonio civil comunitario en una piscina semiolímpica. Unos habían esperado más de tres décadas para formalizar esos lazos de amor. Los sellaron bajo el agua.


Escribe: José Vadillo Vila


“¿Alguien se ha arrepentido?”, preguntaba preocupado el maestro de ceremonia, en el Centro de Formación Deportiva Angamos, en Ventanilla, a tiro de piedra de la Refinería La Pampilla.

Y empapados de amor, sumergidos este martes 13 en la piscina semiolímpica, cuarenta parejas respondían al unísono con un largo, “Nooooo”.

Sus familiares registraban el momento con sus smarthphones; y otras 32 parejas prefirieron no mojar el frac alquilado y observar desde las tribunas.

Entonces, aliviado, el maestro de ceremonia avivaba las aguas con un “¡Que viva el amor!”.

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Si el filósofo polaco Zygmunt Bauman resumía en la frase “Amor líquido”, la fragilidad actual de los vínculos humanos y el miedo de muchos a las relaciones duraderas, en Ventanilla, con un chapuzón, cuatro hijos y 15 años de vida de común, sellaban el amor, Gilmar Romero y Marlene Vásquez.

¿Por qué se casan?, pregunto. “Porque es el primer paso para ordenarnos ante dios”, responde ella con firmeza. Hace dos semanas firmaron el matrimonio civil y ahora vienen a participar del acto simbólico, del chapuzón del amor. Marlene luego tendrá que pedir permiso y salir a media ceremonia para dar de lactar a Gilmar Jr., su último fruto de la pasión, su “chispoteada”, de solo cuatro meses de edad, que berreaba sin entender que era “el momento” para sus papis.

El amor no tiene edad, ponderan los hombres que gustan de mujeres jóvenes y viceversa. A veces, esas miradas de carnero degollado demoran; otras, vuelve a aparecer cuando menos lo esperas.

Le sucedió a Nicanor Peña y a Norma Inuma. Él de 75, ella de 66. Desde las graderías, las nietas de él y el último hijo de ella, acaban de conocerse y cuentan la historia: Nicanor enviudó hace 5 años y Norma, hace 7. El primero tiene ocho hijos y la segunda, 7. Se conocieron hace cinco meses en la iglesia evangélica donde elevan sus oraciones y frente a una Biblia, surgió el amor de Adán y Eva.

Jairo tiene 20; Iris, 25. Ya convivían un quinquenio y tienen una hija. Iris trataba siempre de llevarlo al altar y él no cedía. “Es fuera de lo común, normalmente uno se casa en una casa o en una iglesia, pero en una piscina es otra cosa, sobre todo en verano”, dicen. Como prohibieron niños en el acto, solo vino el suegro.

A Agripino Pineda (56) y su futura esposa, Gabriela Flores (60), no les importa esperar unos minutos más dentro de la piscina de Angamos para que empiece la ceremonia. Total, ya habían deshojado 31 años de convivencia y un hijo. “Estoy feliz, he esperado por muchos años, pero por equis circunstancias no se podía”, dice Gabriela quien, como su media naranja, es comerciante.

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Si usted creía que los amores virtuales solo duraban lo que dura un clic. Ana María Molina y José Antonio Irías dirán que se equivoca. Ella, bailarina, y él, chef, se aman dentro y fuera del agua. Esperarán el matrimonio religioso para empezar a convivir. Llevan ocho meses de novios y se conocieron hace poco más de un año.

Y su cupido fue virtual, fue Mark Zuckerberg: ellos se conocieron a través de la red social de la manito. Ya flechado, José Antonio viajó cinco días para conocerla en Valencia, Venezuela. “Todo se dio como bendición de Dios, no pensábamos que esto iba a pasar; se dio la oportunidad de casarse aquí”, dice él.

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La madrina Olga Zumarán llega y avanza con su vestido ceñido como si los bordes de la piscina semiolímpica fueran una pasarela. La acompaña el alcalde de Ventanilla, Omar Marcos, quien pontificará que casarse no es solo creer en los flechazos de cupido sino en la “formalización” del hogar. Da el dato: en los últimos 11 años, 10,000 parejas se han suicidado, digo, casado.

Antes de tomar el juramento, el alcalde hace un resumen de los artículos 287 al 290, 418 y 419 del Código Civil, aquellos referidos a los derechos y deberes que nacen del matrimonio y la patria potestad.

Después deseará que las parejas sean felices y coman perdices. Ellos y ellas se darán el chape tradicional, pero debajo del agua, que es más difícil y provocará algún chinchón en la cabeza por falta de cálculo (uno estará enamorado, pero no es atleta del Circo du Soleil). Luego del brindis acuático, también los padrinos saldrán apurados, como alma que lleva el verano. Los nuevos marido y mujer tomarán su buqué y partirán con sus familias a cada esquina del distrito chalaco a celebrar, porque el día es joven y el amor, eterno.


(*) Publicado en El Peruano https://goo.gl/Ro5ZbE 

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