El músico y cantor ayacuchano Jaime Guardia cumple siete décadas dedicadas al arte popular. Continúa difundiendo la música andina tras superar enfermedad. (*)  

Escribe: José Vadillo Vila


Jaime Guardia Neyra (Pausa, Ayacucho, 1933) es austero en palabras. Bastan los trinos de su charango en huainos, carnavales, yaravíes, o esa voz de barítono que trenza cantos en español y quechua.

Nos recibe en su casa de Chorrillos. Entre la sala y el comedor del chalet de dos pisos, las décadas que ha dedicado al folclor, casi a contracorriente, casi como un acto heroico, se traducen en placas, trofeos, fotografías en el Perú y el extranjero… Las palabras “reconocimiento”, “maestro”, “excelencia”, “honor”, “charanguista”, “músico”, “ayacuchano”, se sobreponen en la unidad, en Jaime Guardia. Hay también caricaturas, donde un gordito de lentes y bonachón lleva siempre entre las manos ese pequeño cordófono que es casi su heterónimo: el charango. 

-Y los reconocimientos que están expuestos son solo una parte –me advierte con orgullo Mery, la menor de sus cuatro hijos.

Luis Pizarro Cerrón –esa pieza fundamental del orbe del huaino, quien en los años cincuenta sacó el primer programa de folclor andino en la capital, de madrugada, claro está– dijo de Guardia que es “el mensajero andino a través de su charango quitasueño”. Un charango más grave que agudo; un charango ayacuchano, al que le define su forma de guitarrilla.

El doctor del charango, el charanguista mayor del Perú empezó su romance con el pequeño cordófono a los 13 años de edad, en su tierra, y a partir de la década del cincuenta, ya en Lima, comenzó a registrar charango y voz en discos de carbono, de 45 r.p.m., longplays, casetes y discos compactos (entre ellos uno de temática infantil).

Su charango tiene otro trino: él resta dos a las diez cuerdas que tiene un charango normal, para su estilo personal, una primera y una cuarta, buscando mayor dulzura. 

-Siempre estoy tocando –cuenta con su voz grave.

-¿Tiene una rutina diaria con el charango?
-No, no, cada vez que me invitan… Y siempre estoy actuando, siempre ahí.

Uno de los músicos que siempre lo acompaña es su hijo, José, el único que heredó su talento musical, aunque prefiere la guitarra al charango. De sus siete nietos, solo uno sigue la música.

Jaime Guardia también toca la guitarra, el violín, ha grabado guitarras, llevando la primera y bordoneando, pero lo central en su carrera musical es el charango. Y todo lo aprendió al oído. Como su hijo, que aprendió mirándolo, escuchando cómo hacía Jaime, porque siempre estaban juntos, José lo seguía. 

-¿Y cantar vino por una necesidad, después?
-No, no, yo cantaba desde chico.

De un pequeño desván, donde hay varios estuches de instrumentos, saca su charango. Dice que hoy solo tiene uno. Lo confeccionó el luthier Mena.

-¿Y hay un modelo especial para usted?
-No, no, toco cualquier charango. El modelo ayacuchano es un charanguito que parece una pequeña guitarra.

El charanguista más famoso de Ayacucho vive desde 1941 en Lima. Y en Chorrillos, desde hace dos décadas.

-Musicalmente, ¿hoy es más abierta la capital?
-Ah, claro, hay más espacio. Yo he empezado en los coliseos, en ese tiempo había el coliseo Lima, el coliseo Bolívar, coliseo Inca.

Guardia vivió los años en que para escuchar un huaino se tenía que ir a los coliseos, que los fines de semana recibían con los brazos abiertos a los migrantes. “Ahora hay [música andina] en todas partes”.

Son tiempos de homenajes. El año pasado recibió el Doctor Honoris Causa que le otorgó la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga; también visitó su pueblo, Pausa, que está a unas 16 horas en bus desde Lima, subiendo por Nasca, Pampa Galeras, Puquio. Para julio, me dice, está pensando volver a darse una vuelta por Ayacucho y seguir tocando.

“A Jaime Guardia, de la villa de Pausa, en quien la música del Perú está encarnada cual fuego y llanto sin límites”, dice la dedicatoria de Todas las sangres (1964), de José María Arguedas. Dos años antes, el amauta andahuaylino había asegurado que el joven músico era el mejor charanguista del Perú. Y Arguedas era respetado porque, además de intelectual, tenía oído para el canto y el trino con sabor a tierra dentro.

La gran amistad que tuvo con José María Arguedas se sintetiza en los cuadros donde están dibujados ambos. “Le gustaba escuchar y cantar en quechua”, recuerda. Arguedas pidió en su testamento que toquen las melodías que le gustaban de Jaime Guardia, el violinista Máximo Damián, el quenista Alejandro Vivanco y los danzantes de tijeras, Gerardo y Zacarías Chiara.

-¿Cree Ud. que Arguedas está presente entre los músicos andinos?
-Sí, siempre se le recuerda.

Jaime Guardia, charanguista (1988), es su autobiografía, donde cuenta su descubrimiento de la música, sus años con el trío la Lira Paucina (que formó en Lima con sus paisanos Jacinto Peve y Luis Nakayama), su amistad con Arguedas. Pregunto de esa fotografía donde se le ve cargando enormes grabadoras portátiles. Eran los tiempos cuando hacía registros de campo, recorriendo los pueblos con una enorme grabadora. Las melodías y canciones populares formaban parte de un archivo de la Casa de la Cultura que creen deben de estar hoy en la Escuela Nacional de Folklore ‘José María Arguedas’.

-¿Qué recuerdos del trío la Lira Paucina?
-Bueno, hemos estado 44 años juntos. De ahí falleció, uno, falleció el otro y me quedé solo.

-¿Siente que algunas afinaciones ayacuchanas, andinas se están perdiendo?
-Bueno, cada zona, cada pueblo tiene sus distintos estilos, no todos tocan en la misma afinación.

-Pero hoy en día no se está homogeneizando…
-Sí, la mala música ayacuchana es una sola y todos tocan.

-¿Teme que al homogeneizarse pierda la música ayacuchana?
-Al contrario, que se difunda. Cuantos más difusores musicales haya, mejor es.

En el último par de años, don Jaime estuvo mal de salud y ha mejorado, poco a poco. Ya casi ha recuperado su peso de siempre. “Ahora, ya estoy bien”, dice con celeridad y brevedad de telegrafista, este hijo favorito de la provincia del Páucar del Sara Sara.

Lidia Crispín, su esposa desde hace 52 años, nos observa de reojo desde una esquina de la casa, donde una radio A.M. arroja huainos con arpa y voz. Ella es de Chacaray, también en Páucar del Sara Sara. Ahí conoció a su esposo, que le daba serenatas. Cantaba y ella salía por encima del techo a mirar, a escuchar. Para doña Lidia, toda la vida Jaime Guardia ha tocado bien y de su repertorio le gustan muchas canciones, sobre todo aquella que le dedicó y ahora no recuerda, “porque ya estoy tecla”.

-El año pasado hubo discusión por la nacionalidad del charango, si era peruano o boliviano. ¿Qué opina?
-Bueno, Bolivia ha sido también parte del Perú, el Alto Perú. Y el charango es peruano.

-¿Pero cree que hemos perdido frente a los bolivianos en afinación, en estilos?
-No, nada, el estilo es diferente. El boliviano lo utiliza más como acompañamiento y no tiene el punteado, la digitación que nosotros hacemos.

Cuando era profesor de la Escuela Nacional de Folklore ‘José María Arguedas’, fueron sus alumnos muchos instrumentistas hoy de renombre. Uno de ellos, Pedro Arriola, editó un CD de solista de charango en 2015 y le dedicó un huaino ayacuchano instrumental a su maestro, Don Jaime; otro de ellos es investigador en Alemania, Julio Mendívil. Hoy hay muchos charanguistas, tal vez Arguedas no se equivocó cuando le dijo a Guardia que cuide la tradición. A partir de esa tradición se crean nuevas sonoridades. 

-¿Ha valido la pena dedicarse toda una vida a la música?
-Bueno, sí, pues.

(*) Publicado el lunes 18 de abril de 2016 en el Diario Oficial El Peruano. http://goo.gl/UBDLn8

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