Taita Cáceres



Escribe: José Vadillo Vila
jvadillo@editoraperu.com.pe

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El único enigma sobre su vida es la A. Esa letra, acompañada de un punto seguido, para sus compañeros de armas y para la Historia significó Avelino, y por ello se celebra su cumpleaños cada 10 de noviembre, cuando la Iglesia católica conmemora a san Andrés Avelino. Pero su hija mayor, Hortensia, explicaba que su padre no vino al mundo el 10 de noviembre de 1836, sino el 4 de febrero de 1833, y que la A eterna era de Andrés Alfredo. Dato curioso. En el resto, no hay dudas.
Era de elevada estatura y llevó una vida a caballo, a marcha forzada, en medio de los capítulos más duros de nuestra historia. Comía cancha serrana, charqui, chuño, tomaba mate de coca. Ese era el militar en campaña. Mas Andrés Avelino Cáceres (1833-1923) se enternecía escuchando la música andina, iba a la ópera, admiraba a Wagner, era recto pero alegre, gustaba de bailar y tratar con elegancia a las damas.

Sus compañeros de armas le apodaron “El Tuerto”, gracias a una herida, recuerdo de la toma de Arequipa, en 1858, junto a su admirado presidente Ramón Castilla y a las tropas gobiernistas. Una bala lo hirió en el párpado inferior izquierdo y salió por la oreja. Lo dieron por muerto y, cuando se recuperó, Castilla vio en el joven capitán a un ser predestinado para las páginas de la vida nacional: “Herida grave, muy grave, que no es mortal. Dios lo reserva, sin duda, sí, lo reserva para grandes cosas”.

Cáceres admiró a Castilla (1797-1867). Si decidió dejar la universidad para enrolarse al Ejército aquel 13 de mayo de 1854, como subteniente del batallón de infantería Ayacucho, se debía a los debates levantados por el general tarapaqueño frente al gobierno de José Rufino Echenique por la abolición de la esclavitud y el tributo indígena. Eran temas que movían a la sociedad peruana de la época.


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¿Cómo un hombre pudo unir a la población indígena, menospreciada, en ese concepto de patria y ofrecer la resistencia de la Breña a los invasores? El Taita Cáceres, el padre, el señor, le decía en quechua a los indígenas “levántense: un hombre nunca se pone de rodillas”.

Hasta hoy, en la sierra central su imagen continúa vigente. Una de las manifestaciones es la Danza de los avelinos, con la que se recuerda sus hazañas militares durante la resistencia.

“Cáceres no ha sido un héroe creado por ninguna institución, sino que ha habido un cariño popular, desde que estaba vivo y fue conocido como el taita. Hay un afecto genuino por la cercanía que tuvo cuando comandó la resistencia”, opina el historiador Mauricio Novoa, miembro del comité editorial que preparó el libro Cáceres, elaborado por la Comisión Permanente de Historia del Ejército, con patrocinio de Telefónica.

Fue hijo de terratenientes, de Justa Dorregaray y Domingo Cáceres. Por su sangre corrían genes de la mítica Catalina Huanca y de españoles que apostaron por la independencia. Había nacido en Ayacucho, y aunque misti se crió con los niños indígenas. Aprendió el quechua y su idiosincrasia.


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No eran sus únicas cualidades. “Junto a su rol que le tocó en la guerra con Chile, fue un militar profesional que comandó el fuerte Ayacucho en el combate del Dos de mayo de 1866. Y después fue jefe del que sería el mítico batallón Zepita número 5, con el que lideró la batalla de Tarapacá. Aparte, tuvo una formación técnica en Francia (donde vivió 19 meses, entre 1862 y 1863 como ayudante de la delegación peruana), viajó allá no solo para recuperarse de la herida en el ojo, sino también para tecnificarse en artillería, nuevo material bélico y tácticas de guerra. Cáceres es uno de los primeros ejemplos en la República de la tecnificación del Ejército”, recuerda Novoa.

4Se había casado en Lima recién a los 40 años, con doña Antonia Moreno Leyva, de 28 años, con quien ya tenía tres hijas. Cáceres era prefecto del Cusco cuando estalló la Guerra del Pacífico.

Participó en las batallas de Iquique, Tarapacá, Arica, el Alto de la Alianza. Piérola tomó el poder en setiembre de 1880 y mandó a Cáceres a defender Lima desde Ancón sin escuchar sus recomendaciones, su idea de mejorar la línea de defensa de Chorrillos y San Juan; o dar ataque nocturno a los chilenos. Su labor en Barranco, en Miraflores, fue reconocida por los propios adversarios: “El valiente coronel Cáceres”, decían.

El 15 de abril de 1880 salió de Lima en secreto y organizó la gran campaña de la Breña. Piérola lo nombró jefe político militar del Centro y Cáceres dispuso su “guerra en pequeño o de guerrillas”, su exitosa “estrategia de desgaste” contra los chilenos. Lo que le sirvió fue su conocimiento de la sierra para armar la lucha desde el valle del Mantaro, Cerro de Pasco, Huánuco. “Cáceres es un precursor de la guerra irregular, de lo que sucedió en Vietnam con el general Giap, de enfrentar al enemigo con una estrategia no convencional”, dice Novoa.

Hay muchos Cáceres. El soldado profesional, el héroe de la guerra con Chile y presidente de la República en dos períodos: 1886-1890, y 1894-1895. Para el historiador, el balance de su paso por el gobierno es positivo: “Le tocó asumir la presidencia en el peor momento del Perú: la posguerra, no había Estado, instituciones públicas funcionando ni Ejército ni Marina. Él asumió como un cumplimiento de un deber levantar al país de las cenizas: se pagó la deuda externo, se hizo la ley de banca, se reformó en lo que se pudo el Estado, fue el primero en entender que el Ejército debía de modernizarse”.

Datos
Cáceres, el libro, consta de 214 páginas y se divide en cinco capítulos. Es una edición bilingüe en español e inglés.

La carátula es un retrato hecho por Bill Caro, como parte de la política de renovación iconográfica de las FF. AA.

Telefónica alista versión popular del volumen para distribuirla en los colegios de todo el país.

Con las FF. AA. también prepara para 2015 un libro sobre el coronel Francisco Bolognesi.


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